Aleksandr Dugin: el Rasputín de Putin


Rodrigo Vidaurre_ Casi literalHace poco más de un siglo hubo una familia real que decidió confiar en un siniestro personaje de barba larga y ojos desorbitados. Rasputín era un monje, una especie de místico que profesaba la fe ortodoxa y tenía un lugar privilegiado junto al oído de la zarina Alexandra. Mientras Nicolás II luchaba en las trincheras, Rasputín nombraba miembros del gabinete, repartía altas posiciones clericales y opinaba sobre estrategia militar y diplomática.

Pero el monje no tenía nociones románticas. Principalmente usó su influencia para acumular poder, asegurar su cómoda posición y cometer incontables abusos sexuales. La lección es que no existen ideales sinceros; que no existen doctrinas más que la fundamental doctrina del frío interés propio. Y si no existían hace cien años cuando aún vivían Lenin y Wrangel, menos van a existir ahora. ¿O sí?

Esa es la gran incógnita que nos plantea otro ruso de barba larga. Aleksandr Dugin es un filósofo y analista político que, se rumora, ejerce considerable influencia en el Kremlin. Dugin, al igual que Rasputín, se adhiere a la iglesia cristiana ortodoxa, pero sus similitudes terminan ahí. Mientras Rasputín nunca expresó una opinión política más que la continuación del régimen que lo mantenía, Dugin ha edificado una compleja ideología de extrema derecha cuyo foco central es la oposición al liberalismo occidental y la creación de un imperio «eurasiático» liderado por Rusia.

Aunque no se conocen nexos oficiales entre Dugin y el gobierno ruso, muchos analistas han notado que las acciones expansionistas de Vladimir Putin y su constante confrontación con Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN responden a estrategias y principios planteados por Dugin en su obra Fundamentos de geopolítica. La alianza con el islamismo fundamentalista (en particular con Irán), la desestabilización doméstica de países occidentales e incluso la anexión de Ucrania figuran en el libro como pasos del manual para restaurar a Rusia como potencia global.

Ahora se pone complicado. Más allá de si estas ideas de antiliberalismo y supremacía rusa nos resultan o no palpables, surge la pregunta de si son sinceras. ¿Aleksandr Dugin realmente las cree o solo busca cimentar su poder político como Rasputín? Más importante aún: ¿Vladimir Putin las cree? ¿Será posible que uno de los cleptócratas más grandes del planeta base sus decisiones en una visión romántica de renacimiento civilizacional?

Quizá esa no sea la pregunta correcta. Pensamos que las ideas sinceras deben ser abnegadas y no instrumentales, pero no hay nada más fácil que creer sinceramente algo que nos sirve personalmente. En ese sentido, quizá no hay distinción entre los ideales abstractos de Dugin y la ambición personal de Putin dado que ambos convergen en una misma estrategia política. La visión cínica de que ya no existen los ideales resulta falsa. Los ideales existen. Y con un arsenal de armas nucleares detrás, son más peligrosos que nunca.

[Foto de portada: cortesía de Al Mayadeen]

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