El silencio del topo: cambiar la narrativa de la derrota


Noe Vásquez ReynaDicen que la risa se contagia. En otro espacio debo ampliar un ensayo al respecto y, específicamente, sobre el poder de la risa de las mujeres. Así como la risa, también se puede contagiar la esperanza y la ternura. Y quizá sea eso lo que necesita el mundo: dejar de contarnos historias tristes como las rancheras y boleros, o historias violentas 24/ 7, o historias de hombres que gritan, que hacen guerras y son incapaces de reírse de sí mismos. «Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten», afirmó Margaret Atwood.

En Centroamérica ha ganado (es decir, se-ha-adoctrinado-internalizado) el discurso de la derrota, de la victimización y de la culpa. Después 36 años de guerra y de la firma de la supuesta paz en Guatemala, estos discursos lentamente han ido variando; se han torcido afortunadamente por otros caminos y no se hubiera logrado sin el impulso, la fuerza y la resiliencia de las mujeres, aunque para algunos les cause escozor admitirlo o escucharlo. Así como es necesario contagiar la risa, también lo es contagiar la esperanza, y creo que encontré una película guatemalteca que lo logra: El silencio del topo, de Anaïs Taracena.

Anaïs Taracena y Rafael González

En el estreno en Guatemala el 2 de junio de este año, la socióloga Silvia Trujillo, quien moderó el posterior foro, expresó: «Y aunque aún en medio del terror muchas personas contaron lo sucedido, aunque se narró el oprobio, la sociedad guatemalteca no podía o no quería escuchar. Así que los actores del genocidio además impusieron un grueso manto de silencio, y fue justamente la ruptura de ese muro de silencio lo que permitió que poco a poco los velos del oprobio se fueran apagando, primero con susurros y luego a viva voz. Muchas de esas voces que se obstinaron en decir que abrieron una grieta en el discurso monolítico y compacto que se había creado. La fisura en el tejido de la dominación ha ido logrando imponerse a la vocería de la derrota aunque ellos sigan, sin ninguna posibilidad de éxito, tratando de legitimarlo».

La historia de la película se centra en Elías Barahona, maestro, periodista y poeta afín al Ejército Guerrillero de los Pobres que se infiltró en el gobierno del militar dictador y asesino Fernando Romeo Lucas García y salvó la vida de decenas de disidentes. «Como una versión guatemalteca de Oskar Schindler», escribió Alejandro Santos Cid para El País.

Este personaje testificó en 2014 en el juicio por el incendio de la Embajada Española en Guatemala, donde fueron quemadas 37 personas, la mayoría campesinos maya k’iche’ que denunciaban violaciones a los derechos humanos en el noroccidente de Guatemala en 1980.

«En la película, y eso es asumido totalmente, sí es importante, dentro de todo el dolor que se cuenta y lo fuerte que es el contexto, [mostrar] que hay mucha dignidad. Lo que ha pasado muchas veces es que cuando se ha construido o recontado la memoria del pasado durante la guerra nos quedamos mucho en una narrativa de victimización que, por supuesto, se puede entender por la cantidad de personas que fueron asesinadas y desaparecidas; pero para mí era importante que dentro de la historia habláramos de sujetas y sujetos políticos y de toma de decisiones —con error o sin error, pero asumidas— de resistencia, de dignidad», expresa la directora, que con 37 años comparte que su generación creció con la necesidad de entender los silencios y vacíos que dejan las guerras, «atar cabos o terminar de configurar como historias» lo que sucedió en el país, incluso dentro de las familias.

Guadalajara abrazó la premier de El silencio del topo para América Latina. «Fue muy enriquecedor escuchar a la gente reflexionar con la historia de Elías con una película que de alguna manera te invita y se hace universal cuando empiezan las metáforas del silencio, de cómo los conflictos o las guerras en América Latina te dejan esas marcas», expresó Rafael González, uno de los productores de la película. «Eso es lo que tengo más presente: ver a un público reflexionando desde esa mirada, un público mexicano viviendo en estos momentos la guerra contra el narcotráfico y que se conectó muy rápido. Mucha gente se conecta con los silencios que las guerras y la violencia dejan en las poblaciones», agregó.

El silencio del topo no solo habla de silencios y violencia. También desliza frente a la garganta del espectador retazos de memoria por reconstruir, una memoria fragmentada a fuerza de políticas represivas y de olvido. Y lo hace con una ternura que estremece. «Hay tantas imágenes ausentes, era parte de la reflexión pensarlo como una memoria fragmentada de la cual también nos toca a nosotros entretejer e hilvanar», afirmó Taracena.

«La historia de Elías Barahona atraviesa historias personales. Soy hijo de una familia desintegrada por persecución política con mi mamá, mi abuela, dos tíos ejecutados extrajudicialmente por el Ejército de Guatemala. Lo que conmueve de la historia de Elías Barahona es cómo a lo interno de una máquina de represión, de toda la maquinaria contrainsurgente, fue capaz de sobrevivir con tareas revolucionarias asignadas con el propósito de contribuir a la transformación del país. Está inmerso en una máquina de destrucción tratando de construir otro país», dijo conmovido el defensor de derechos humanos Raúl Nájera después de haber salido de la sala de cine.

En Guatemala hoy tenemos todo en contra y seguramente hay quienes siguen soñando y trabajando porque este país deje de ser lo que es: una carretera rota, un río contaminado, un robo constante, un cielo sin libertad ni oportunidades de vidas dignas. En otras palabras: un Estado de calamidad. Tengo fe en que los jóvenes quieran arriesgarse a proponer y realizar alternativas a la desesperanza. Algo potente son las narrativas que nos cuenten algo distinto, con más ternura y creatividad, que llenen los vacíos insalvables que nos faltan para tejer una realidad que no nos atropelle a la mayoría.

Marcos Cabrera es un joven de 20 años que se emocionó con El silencio del topo. A la pregunta cómo invitaría a más jóvenes a que se interesen por la película, respondió: «Los invitaría como a un viaje al pasado, porque es algo que ocurrió en el país, algo que ocurrió mientras algunos estaban vivos todavía o naciendo. Es parte de la historia, así que yo los invito a viajar al pasado».

«Las personas cuando ven la película quedan muy removidas, quedan con esperanza y con un sentimiento de querer hablar o querer hacer cosas, y creo que es de esto mismo de hablar de historias dignas, de historias de resistencia, de personas que pudieron haber sido nuestros padres, tíos, madres, y no caer nada más en un relato con números y con fechas», dijo Taracena.

Anaïs Taracena es cineasta documental con máster en Ciencias Políticas. Ha dirigido varios cortometrajes que se han proyectado en festivales internacionales de cine, universidades y comunidades. En 2019 participó en la Berlinale talents y en el IDFA Academy School como directora emergente. El silencio del topo, su primer largometraje, se ha proyectado en más de 35 festivales de cine y ha ganado 10 premios internacionales entre los cuales están el Biznaga de Plata al mejor documental en el Festival de Cine de Málaga, el Special Jury Prize en el Jeonju International Film Festival en Corea del Sur y el Tim Hetherington Award en Sheffield Doc/Fest 2021.

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