Carl Sagan: soñar con las estrellas


Darío Jovel_ Perfil Casi literalHubo un tiempo en que las personas creyeron que en el cielo podían ver el futuro. Hubo algunos que entre las estrellas habrían de hallar su historia. Los marineros vieron en aquella oscura cúpula que nos cubre una gigantesca brújula que les guiaría por siempre. Quizá por las razones equivocadas, quizá sin medir apropiadamente las prioridades y, quizá sin ser tan necesario, después de la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética y Estados Unidos se dispusieron a competir para ver quién conquistaba el espacio y las estrellas.

Lo que un día había sido la inspiración de poetas se había convertido en un asunto de políticas públicas. Yuri Gagarin fue el primer hombre en el espacio en 1961. Solo dieciséis años después del fin de la peor guerra en la historia de la humanidad una persona llegaba al espacio. La hazaña de Gagarin, seguida por la de Armstrong en 1969 (primera persona en la Luna), se encontró una generación completa de científicos que vio en aquellos avances una esperanza de lograr lo que para sus antecesores era un simple sueño: conocer el Universo. Entre aquellos científicos estaba Carl Sagan, quizá el mayor divulgador científico. Basta con ver cualquiera de sus capítulos de COSMOS para darse cuenta de que detrás de la pantalla no es el académico engreído el que habla, sino un niño que narra entusiasmado todo lo que sabe del mundo que le rodea.

Para Sagan la carrera espacial fue una especie de bendición. Él creía que nuestro destino estaba más allá de este planeta, pero también su pasión por el mundo exterior le hizo consciente de lo insignificante que era, no solo él mismo, sino la humanidad entera. «Somos una mota de polvo», diría Sagan. Aquella idea de nuestra insignificancia lo volvió un pacifista, pues ¿qué sentido posee la guerra cuando, a efectos del Universo, su resultado y causa es totalmente insignificante?

Carl Sagan decía que soñaba con las estrellas, que en ellas hallaba sentido al sinsentido. La Guerra Fría llegó a su final en 1992 y con ella prácticamente murió todo incentivo a las misiones espaciales. Hoy de los sueños de Carl Sagan queda poco. Las necesidades del mundo hacen que la inversión en una industria espacial sea vista con algo parecido al odio. El niño que nunca creció y que siguió viendo con la misma pasión el cielo tanto la primera vez como el día que falleció, hoy quizá estaría decepcionado de que los avances esperados jamás llegaron.

Carl Sagan ya no está entre nosotros. Sus sueños parecen seguirle el camino. Pero gracias a su trabajo aún resisten en todas partes del mundo niños y niñas que siguen soñando con las estrellas.

[Foto de portada: Tony Korody]

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