Redes, luego existo


Ingrid Ortez_ Casi literalA través de la historia hemos conocido a grandes civilizaciones que han dejado huellas entre sus restos y nos cuentan su forma de vida. Dejar evidencia de existencia es parte de nuestra naturaleza humana; los recuerdos, las imágenes, todas las memorias en un momento u otro van marcando esa historia personal y, por ende, trascienden entre los más cercanos.

Si Descartes pudiera ver hoy nuestra realidad probablemente su famosa frase «Pienso, luego existo» cambiaría a «Estoy en redes, luego existo», y seguramente se retorcería en su tumba.

Un estudio de la consultora McKinsey del año 2020 indicó que los primeros dos meses de pandemia se había avanzado el equivalente a cinco años en lo digital por parte de consumidores y empresas. Según el informe global Digital 2021 de We are social —una agencia de publicidad—, durante los primeros meses de 2021 las redes sociales crecieron un 13.2%, lo que se traduce en 490 millones de usuarios nuevos para sumar un total de 4 mil 200 millones. Además, aumentó el tiempo de usuarios en redes, superando al de la televisión.

Las secuelas de la pandemia apenas comenzamos a verlas, pero una muy clara es el avance y los efectos de la tecnología, tanto a nivel de educación y laboral como a nivel personal. Esto no significa que avanzar en tecnología sea malo; el problema es nuestra naturaleza destructiva y nuestra ignorancia, la cual nos lleva a los extremos de la falsedad.

Hace unas semanas leí la noticia de un pueblo chino que se hizo famoso en Instagram por sus fotografías falsas con paisajes de ensueño: todo era resultado de un montaje con actores y efectos para atraer turistas. Luego, una influencer quedó descubierta mientras por error dejó abierta la grabación y se le escuchó obligando a su hijo a llorar con más dramatismo para poder grabar su vídeo y subirlo a la red.

¿Hasta dónde hemos perdido el control de nuestra realidad en una sociedad que se alimenta de la imagen y la apariencia sin importar el precio? ¿Qué es realmente auténtico hoy? La pandemia nos llevó por casi un año a estar conectados a esa única visión del mundo, pero aun sin cuarentena seguimos ligados a esa aparente verdad que muestran las redes sin olvidar la ya vieja manipulación de los medios. Y esta tendencia no solo es popular entre jóvenes, pues personas de todas las edades han quedado atrapadas en la autosatisfacción de fomentar imágenes irreales de ellos mismos y del mundo.

Estamos construyendo una sociedad distópica donde ni siquiera nos preguntamos si todo lo que vemos publicado es real o no. ¿Cuántas fotografías a las que hemos dado «me gusta» son verdaderas y sin filtro? ¿Cuántos perfiles que seguimos o nos siguen no nos presentan una vida construida con imágenes falsas? ¿Cuántas noticias no son hábilmente fabricadas para conveniencia de intereses particulares? Vivimos en una época de engaño y de una imagen de aparente felicidad que mostramos al mundo, pero también cediendo ante un control total.

Como en toda sociedad y siendo seres de costumbres nos sometemos a esas adicciones sin cuestionar hasta dónde nos perjudican en realidad. China, Corea del Sur, Japón y Taiwán han logrado grandes alcances en vida ciudadana por medio de la tecnología a raíz del COVID-19, permitiendo mayor tipo de controles en estas sociedades debido a las medidas centradas en lo tecnológico por medio de dispositivos móviles, cámaras de identificación y lectura térmica en las ciudades. Sin embargo, esto también implica la anulación de un bien preciado: la privacidad.

En nuestras sociedades occidentales nos engañamos creyendo que tenemos control de nuestra privacidad, pero es que ni siquiera necesitamos que el Estado controle, pues ya hemos cedido voluntariamente nuestra vida privada a las redes sociales para tener una imagen de vida feliz construida de forma virtual.

Cada día el ser humano se acostumbra a exponer más y más su privacidad al punto de depender de ello para poder sentirse aparentemente feliz. Cualquier inclinación desmedida hacia alguna actividad puede desembocar en una dependencia dañina, desarrollando un hábito equivocado que luego se convierte en patológico, pero el riesgo es mucho mayor y profundo. ¡Cuánto de lo que mostramos en las redes es un yo falso, un yo virtual distorsionando la realidad! Consumimos deseos y búsquedas de felicidad falsas y en ese desmedido consumismo estamos perdiendo libertad y privacidad sin tener idea de a quién se la estamos cediendo.

Muy poco nos falta para convertirnos en una de esas sociedades que nos mostró el escritor Philip K. Dick en sus historias de sociedades distópicas, y ni siquiera lo percibimos, creyendo que nuestra existencia está sujeta a existir en una red social. Si usted no está, entonces no existe. Si usted no muestra, entonces no es.

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