Memoria, comida y muerte


Cada muerte es única, sin importar que su condición sea infinita hasta que la vida no exista. El desenlace lo conocemos, aunque muchas veces evitemos pensar en ello. Sin embargo, su totalidad nos golpea hasta el momento en que adquirimos conciencia del absoluto vacío al que nos enfrentamos.

Es precisamente la noción de lo perdido, de lo irrepetible, la que nos hace echar mano de los recuerdos, esa máquina del tiempo tan singular a la que recurrimos y alteramos nuestro presente, porque regresamos con sentimientos distintos que nos entrelazan con circunstancias y personas que de alguna u otra forma se integraron a nuestra biblioteca mental que se construye de eso, de recuerdos y sensaciones.

La conjunción de estas dos condiciones: la muerte, que forma parte inexorable de la existencia de nuestra realidad, y la memoria, que se trastoca con cada evocación tornándola precisamente en una especie de objeto sensible  ̶ cuyas continuas visitas alteran nuestro estado mental ̶ , toman un giro especial cuando atraviesan los confines de los recuerdos que tienen que ver con la comida que ya jamás habremos de probar.

Ciertamente esta idea no suele ser común hasta que caemos concretamente en la noción de lo que antes era posible y ahora es inalcanzable para nuestros sentidos. Las texturas, los olores y ciertamente los sabores pasan a ser fantasmas cuando fallece la persona que preparaba algún alimento. No existe la repetición ni tampoco receta fiel que permita adentrarnos en la complejidad que significa la conexión del ser humano, la comida y el espacio entre quienes la comparten.

La esperanza de volver a comer algún platillo la solemos dar por sentada, porque no nos detenemos a pensar en el abismo insalvable que representa la muerte de quien otrora nos brindó ese regalo que representa la comida  ̶ que no es otra cosa que vida ̶ , quizás porque somos mortales que juguetean con ideas eternas provenientes del miedo a enfrentar lo que representa el olvido.

Cada alimento es singular, cada sentimiento con el que lo consumimos, aunque sea de manera mecánica, posee un efecto único porque nos aleja de la muerte. Cada viaje al pasado, producto de lo que no volveremos a probar es una cadena a la nostalgia, es un nudo al amor o al odio  ̶ es indiferente ̶ , es el silencio insalvable entre nosotros y quien ha desaparecido, y ello es probablemente una de nuestras conexiones más importantes que tenemos con el sentido de eternidad: añorar como forma de evitar el olvido y así prolongar esa idea particular de eternidad, ya no solo del alimento o cualquier otro recuerdo, sino de quienes compartieron con nosotros. Irónicamente es recurriendo al pasado como finalmente alcanzamos nuestros infinitos.

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1 Respuesta a "Memoria, comida y muerte"

  1. ADRIANA LAURA COGLIANDRO dice:

    ¡Fabuloso!

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