Nacemos, crecemos, discriminamos, nos reproducimos y morimos. Este parece el ciclo vital del guatemalteco promedio, quien dentro de sí mismo trae una fuerte carga de racismo cuyas raíces vienen de una historia de despojos, colonización, muerte y desigualdad. Lo más preocupante es que la mayoría de la población no comprende (o no quiere comprender) las repercusiones reales que esta situación tiene en nuestra percepción de las diversas etnias que cohabitan en nuestro país.
Todo esto sale a colación por unos comentarios que leí hace dos semanas en el perfil de Facebook de una amiga. Ella compartió una columna publicada en diciembre de 2015 por la antropóloga Sandra Xinico, y en la que opina respecto a la celebración del Día de la Virgen de Guadalupe y cómo esta suele reflejar ciertas actitudes discriminatorias por parte de los ladinos y mestizos que siguen esa tradición. En aquel texto se plantea, muy acertadamente, que la gente saca a relucir el peor reflejo de su racismo solapado mientras visten como “inditos” a sus hijos el 12 de diciembre, lo que consiste en trenzar a las niñas y colocarles listones en el cabello y maquillarlas con tonos que lucen ridículos en un rostro infantil, mientras que a los varones se les viste como una versión caricaturesca de Juan Diego.
Respecto a los comentarios en el perfil de mi amiga, varias personas criticaron de forma mordaz, mas no objetiva, la columna de Xinico. Pareciese que esas personas no son conscientes de su propio racismo y justifican sus acciones en nombre de tradiciones cuyo origen desconocen. De ahí que yo considero que el racismo está tan enraizado, que de él existen manifestaciones invisibles y una de ellas es utilizar estos trajes como si fuesen disfraces en lugar de portarlos con todo el respeto que estos merecen.
Asimismo, pareciera que quienes emitieron comentarios negativos al respecto ignoran que el catolicismo surgió en Guatemala como una medida adoctrinadora que buscaba que los pueblos indígenas estuviesen sometidos ante el yugo de los colonizadores españoles. Pese a ello soy consciente que es válido profesar esta o cualquier otra religión; lo que no es válido es denigrar la cultura indígena en nombre de cualquier tradición religiosa. No es admisible denigrar a nadie.
Creo que el objetivo de Xinico no era despotricar contra la comunidad católica de Guatemala sino hacernos reflexionar acerca de nuestras raíces racistas y discriminadoras, esas que nos hacen asombrarnos cuando una persona de origen maya se moviliza en un automóvil de lujo o cuando ha obtenido alguna maestría o doctorado.
Es necesario reflexionar sobre nuestras tradiciones y su historia y dejar de ser entes mecánicos que bailan el son que otros tocan. Existen tradiciones que seguimos al pie de la letra sin saber su origen y razón de existir. Hay que ser críticos con nuestras creencias más arraigadas. Lo he dicho anteriormente y lo reitero: es válido creer en uno, dos y hasta treinta dioses si así se desea; yo misma soy creyente y no me avergüenzo de ello. No obstante, no podemos permitir que nuestra vida espiritual se base en dogmas ni mucho menos en actitudes que refuercen estereotipos racistas, sino más bien en constantes cuestionamientos sobre la verdad de nuestro ser.
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¿Quién es María Alejandra Guzmán?