Tratando de eludir la tentación del lugar común y las hipérboles, voy a decir que Gisaengchung (Parásitos, 2019) es una gran película, que merece la pena disfrutarse en la gran pantalla y que rompe con la complacencia hollywoodense que se ha vuelto la norma.
La joya escondida en esta película radica en su forma de mostrarnos la pobreza. Y en ese verbo también hay valor: mostrar. No explica, no juzga. Parece poca cosa, pero hablar de pobreza en el cine es como hablar de amor en poesía: es todo un desafío porque es muy fácil echarlo todo a perder. Encontrarle un enfoque fresco es virtualmente imposible.
Pero esta película lo logra.
El libro Scarcity: The New Science of Having Less and How It Defines Our Lives —escrito por Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir— arroja una luz provocadora sobre la pobreza. Su intención es preguntarse (e intentar responder) por qué los pobres toman decisiones extrañas, contraintuitivas y, muchas veces, perjudiciales contra ellos mismos.
Una de las conclusiones a la que llegan los autores es que los seres humanos tenemos un tope a la hora de tomar decisiones basadas en la información que podemos procesar. Este tope está vinculado a los contextos y no tanto a la inteligencia del individuo. Entre más preocupaciones inmediatas tenga una persona, menos podrá pensar en el futuro. Parece simple, parece ridículamente obvio, pero Mullainathan y Shafir lograron reunir una cantidad importante de evidencia empírica para sustentar lo que más o menos habría sostenido Maslow al esgrimir su famosa pirámide.
Parásitos nos remueve, nos inquieta y nos pone nerviosos precisamente por esa toma irracional de decisiones. En contexto: una familia pobre, que vive en un sótano, recibe un golpe de buena suerte cuando un amigo del hijo le ofrece un trabajo como profesor privado de inglés para una adolescente de una familia de dinero. Pronto este hijo pobre abusará de la buena fortuna, fraguando un plan para que todos los miembros de su familia consigan trabajo en la misma casa. Escribir más sería arruinarla. Pero lo que comienza como una situación burda, cómica, pronto escala hasta el punto de ponernos los pelos de punta.
¿Por qué esta familia pobre actúa de esta forma? ¿Por qué no están agradecidos con lo que ya tienen y se conforman con el trabajo que malamente han conseguido? ¿Por qué no les perdonamos que quieran sentirse cómodos, seguros, protegidos por la lluvia —quizá por primera vez en sus vidas— aunque sea en una casa que no les pertenece?
Con Parásitos hoy sí me permito caer en la exageración. Es una de las más grandes películas que nos deja el cine mainstream en lo que llevamos del siglo porque nos pone el dedo en la llaga: qué tanto sabemos de los pobres y qué tanto estamos dispuestos a tolerarlos. Descubrir quiénes son los parásitos es el reto que nos lanza Bon Joon Ho.
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