Escribir: «el peor negocio del mundo». (¿Será?)


Alfonso Guido_ Perfil Casi literal«Escribir es el peor negocio del mundo», leí recientemente en un artículo publicado por un escritor argentino. Una sentencia demasiado fatalista.

Primero habría que cuestionarse por qué la escritura tendría que ser concebida, necesariamente, como un negocio, o más bien, como una actividad rentable desde una concepción capitalista.

En el génesis de la humanidad, el quehacer literario —y el quehacer artístico en general— no fue motivado por intereses comerciales. Se hacían trueques con gallinas, trigo, telas, muebles, joyas, especies, sexo, caballos y hasta esclavos, pero no con arte. No originalmente.

Aunque es cierto que desde muy temprano se empezaron a comercializar objetos que dejaban en evidencia las cualidades artísticas de sus creadores (artesanías con grabados y aplicación de color; por ejemplo, las venus paleolíticas), estos no se vendían por su valor estético, sino por su utilidad o sus facultades espirituales.

Creo que fue Heidegger —y si no fue así, que me perdone Patricia Teni, mi catedrática de Estética hace muchos años en la Universidad— quien dijo una vez, tomando como ejemplo una jarra de barro de la antigua Grecia, que esta pasó a convertirse en arte solo hasta siglos después, cuando fue despojada de su utilidad inicial. O sea, cuando dejó de contener y servir agua para pasar a exhibirse tras la vitrina de un museo. Antes no.

Volviendo al asunto literario, sería bueno preguntarse entonces por la utilidad de la literatura; y si eso para lo que pueda servir puede ser comercializable como las vasijas de barro en la antigüedad; además, si en verdad se puede comprar eso al ir a una librería como Sophos o la Internacional y pagar la media de $16 dólares que cuesta un libro de bolsillo en los países centroamericanos.

¿Qué es eso que vende el autor de un libro con escribirlo? ¿Eso es vendible? ¿Qué se obtiene a cambio de eso? ¿Es en realidad dinero lo que vale eso?

Como editor he trabajado al lado de escritores de diferentes géneros, estilos, egos, aspiraciones, fantasmas, presunciones y hasta formas de escribir la letra o, pero puedo asegurar que casi cualquiera de ellos —cualquiera que sea francamente honesto, por supuesto—, si tuviera que elegir entre ser leído de gratis por miles de personas o vender muchos libros aunque nadie los lea, sin dudar elegiría la primera.

Ahora bien, si obligatoriamente tuviéramos que ver el acto de escribir como una actividad que deje dinero a cambio de ejercerla, si es buen o mal negocio tampoco es algo que se pueda generalizar. Después de todo, la autora mejor pagada del planeta ganó hasta ocho cifras solo en 2019 por las propiedades intelectuales de Harry Potter.

Y es que aparte de si se escribe para ser leído o para ser comprado, también entran en juego otros factores: qué se escribe, para quiénes y qué medios ajenos al propio talento promueven al autor; desde campañas de marketing millonarias hasta el hecho de ser una celebridad de YouTube.

El negocio editorial ya no es el mismo negocio de hacer literatura (y acaso nunca lo fue). Ya lo decía Ignacio Echevarría en su columna de El Cultural, de España: «Libros de escritores que no escriben destinados a lectores que no leen. Parece una paradoja chistosa, pero la gran industria editorial viene orientándose en esta dirección, por insensato que parezca».

Por último, la definición de un buen o mal negocio es totalmente arbitraria. Ser escritor en Centroamérica es tan mal negocio como ser abogado o ingeniero termonuclear: para una la competencia laboral sería infinita y para la otra no habría campo dónde ejercer.

Por lo menos escribir, con todo y su cuestionable rentabilidad, suele ser una tarea más honesta y desinteresada.

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