The Good Place: la reivindicación de las sitcoms


Despertarse un día en la sala de espera de alguna oficina gubernamental sin recordar cómo llegaste ahí. Que un señor con actitud solemne y pelo canoso te explique que has muerto en un accidente, que estás en el Más Allá y que este funciona con base en un intricado sistema de puntajes que suman o restan de acuerdo a tus acciones, pero que no te preocupés, has acumulado suficientes puntos buenos como para estar en el lado correcto del Más Allá: The Good Place. Eso te haría muy feliz de no ser por un pequeño detalle: el sistema de conteo te ha asignado puntos buenos que no te corresponden. Llegaste a The Good Place por un error del sistema. El punto más bajo de la burocracia celestial.

Bajo esta premisa, y presentada desde el punto de vista de Eleanor Shellstrop (Kristen Bell, a quien ya vimos en Veronica Mars), arranca The Good Place, una sitcom creada por Michael Schur (guionista de The Office y de Nosedive, uno de los mejores episodios de Black Mirror) y que ha venido proponiendo, desde su estreno en 2016, nuevas lecturas de lo que comúnmente conocemos como «comedia de situación».

Las series de televisión, como ya he mencionado antes, están viviendo una especie de época de oro, y no solo por la cantidad ingente que se está produciendo, sino sobre todo por lo que podría llamar la calidad filosófica.

Mientras que una serie como Friends —referencia obligada de las sitcoms— presenta como gracioso, por ejemplo, ridiculizar constantemente a Ross, el científico del grupo, reduciéndolo constantemente a un papel casi de bufón, The Good Place enfatiza en las clases de filosofía de Chidi, extrayendo de estas enseñanzas chistes bastante bien elaborados, pero no volviendo chiste la enseñanza de filosofía per se.

Si en Friends la estupidez de Joey Tribbiani es aceptada y celebrada, en The Good Place, Jason Mendoza —un justo equivalente de Joey— es, en el mejor de los casos, ignorado drásticamente por el resto del grupo. En los peores casos es abiertamente dejado en ridículo.

Lo más valioso de The Good Place es lo que Víctor M. González, en la revista GQ, califica como una «comedia filantrópica». Una comedia que, sin dejar nunca su naturaleza, plantea constantemente la disyuntiva del mal y el bien, primando siempre este último, sobre todo cuando se trata de la comunidad. Entretener al espectador y al mismo tiempo confrontarlo con las grandes dudas filosóficas, y hasta religiosas, aplicadas a la vida moderna: ese es el gran logro de esta sitcom.

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