«Por la mirada uno se da cuenta del cambio súbito, del abandono, cuando el sufrimiento llega a un punto del que ya no hay regreso. Por la mirada bruscamente apagada, átona, indiferente».
Jorge Semprún. Viviré con su nombre, morirá con el mío
De cierta manera es posible morir en diversas situaciones o de varias formas. Semprún durante los últimos meses de Buchenwald experimentó la muerte que trae consigo la vida. Sábado, domingo y lunes pueden ser inicio, centro y desenlace de una novela.
Viviré con su nombre, morirá con el mío es una obra autobiográfica con un constante ir y venir entre pasado y presente. Al mismo tiempo explica de forma muy detallada cómo fue el funcionamiento y la vida en un campo de concentración. Su vida dentro, las privaciones y, por extraño que parezca, los deleites intelectuales que se pueden tener en ese lugar. Una novela que mantiene el suspenso, pero al mismo tiempo derrocha ironía. Como en toda sociedad, siempre existen las jerarquías. Unos son más fuertes que otros, algunos tienen ciertos conocimientos que de alguna manera les dan privilegios. Semprún, debido a su conocimiento del alemán y su militancia en el Partido Comunista Español, trabajó en el Arbeitsstatistik, lugar donde había un registro de los prisioneros entrantes y salientes.
Por momentos da la impresión que es un joven que nos cuenta sus andanzas, el descubrir lugares y conocer personas. En la clínica del campo encuentra a un antiguo profesor de la Sorbona. Cada domingo va a visitarlo y con el tiempo el grupo que participa en la tertulia aumenta. A los presos que están en ese sector les dicen “musulmanes”. Son los que no pudieron ingresar en el mundo laboral del campo, no sobrevivirán, no son útiles, están esperando la muerte. Son despreciados por la gran mayoría de reclusos. En lugares así es necesario ser duro para continuar, también las muestras de humanidad son cotidianas, compartir el pan con un moribundo, por ejemplo, o que este lo comparta.
Toda esa cotidianidad se ve perturbada por una carta que llega desde Berlín. Uno de los presos que colabora con los comunistas ve que el motivo de la misma es Jorge Semprún. El prisionero es un Bibelforscher (testigo de Jehová). Estaban en el campo debido a su negativa de portar armas como parte de sus creencias y tenían ciertos puestos privilegiados en la organización del campo.
Como era previsible en un campo de concentración, nadie tenía seguridad de quedarse en un mismo lugar. Podían ser trasladados todos al mismo tiempo o uno a la vez. Piensan que eso sucederá con Semprún y deciden hacer lo posible para evitarlo, aún sin saber el contenido total de la carta. Buscarán entre los “musulmanes” alguien que posea las mismas características que Jorge. Lo encuentran y es un francés, también estudiante de la misma edad, pronto a morir. No había problema para llevar a cabo el plan. François L. es el indicado, él morirá con el nombre de Jorge Semprún y este vivirá con el del François L. Un moribundo para darle vida a un posible futuro muerto.
Por la gente del partido que trabajaba en el Arbeitsstatistik era bastante sencillo escribir que Jorge Semprún había muerto y que François L. estaba vivo. Esto lo sabrían rápidamente las autoridades del campo y lo comunicarían a Berlín, así no se realizaría la posible deportación de Jorge a otro campo. Era el miedo que tenían al saber de la carta.
Nada fue necesario. El lunes supieron el motivo de la carta. El embajador español en París deseaba saber cuál era el estado de Semprún. La estructura del partido no lo toma bien, es extraño que un franquista pregunte por un comunista. Fue el padre de Semprún quien movió influencias para saber la situación de su hijo. Semprún debe defenderse y probar lo anterior frente a sus camaradas, para evitar graves consecuencias.
El miedo que se debía tener en este lugar mueve toda una estructura para salvar una vida. No había necesidad, es parte de lo irónico que de cierta forma tuvo un campo de concentración, pero que nos ha dado una obra de gran calidad.
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