El nuevo terror de las ciudades


LeoA propósito de la reciente muerte de un trabajador en un food court ubicado en Miraflores —uno de los centros comerciales más cool de la ciudad de Guatemala y de nuestro minúsculo país con aires de grandeza, pero preso en su propia mentalidad colonizada—, las redes sociales estallaron con rabia ante lo que los medios de comunicación convencionales ya no pueden ocultar en su desinformativa labor.

Por más que estos emporios comerciales quieran darnos la imagen de un floreciente capitalismo rebosante de oportunidades, un falso progreso y un cosmopolitismo que engarza a la perfección con nuestras aspiraciones de cuño burgués, las grietas terminan por abrirse y expulsar la miseria de cloaca que alimenta estas fantasías. Las historias que salen a luz pública tras estos incidentes tan solo nos demuestran que no todo lo que brilla es oro.

Nos puede causar admiración saber hasta dónde hemos llegado para permitir que la administración de estos centros comerciales tenga suficiente poder para establecer procedimientos de seguridad que van en contra del sentido común. Porque es completamente contrario al sentido común no permitir que se les proporcionen a las personas primeros auxilios ni RCP en situaciones de emergencia. Tampoco es concebible que, por evitar el escándalo público, se prohíba el ingreso a los bomberos. Mucho más despreciable es el hecho de que se quieran deshacer de una persona fallecida solo por cuidar la imagen pública. Encima de eso, aprovecharse de la confusión y el dolor de los familiares para hacerlos firmar papeles y con ello cubrirse las espaldas y desligarse de cualquier responsabilidad. ¿Hasta dónde llegó la deshumanización de estas cadenas comerciales?

Además, enterarse por lo bajo que la causa del infarto fue el disgusto que el trabajador tuvo con sus jefes porque le tenían pagos atrasados, como si la gente trabajara por amor al arte. Lo único certero es que tras esa fachada de oportunidades que trae el supuesto desarrollo lo único que hay son las mismas historias de explotación humana. Lo único real es que a la gente poderosa solo le interesa proteger su negocio, así tenga que pasar por encima de quien sea.

Curiosamente, el domingo, en Portales —un centro comercial que pertenece a la misma cadena— se extravió un niño que fue llevado a la administración en el primer nivel. Unos familiares míos se dieron cuenta de que había personas que estaban buscando al niño y fueron directo a la administración a preguntar si iban a pasar información por el menor extraviado. La respuesta fue que ellos «no estaban obligados a pasar ninguna información». Entonces, ¿qué pensaban hacer con el niño? ¿Tenerlo en la administración secuestrado? Afortunadamente mis familiares dieron con las personas que andaban buscando al menor y la cosa se resolvió de una manera menos notoria que lo sucedido al trabajador de Miraflores. ¿Será entonces una exageración recomendar que se tomen provisiones cuando se permanezca en estos lugares?

Al final, los habitantes de mi ciudad hemos sido quienes hemos cambiado los paseos en lugares abiertos, en museos e instituciones culturales por irnos a encerrar a esos monstruos de mal gusto donde podemos aparentar ser lo que no somos y permitirnos vivir la fantasía de pertenecer a una posición social distinguida.

Mientras hago estas reflexiones me llega el rumor de que cerca de mi casa sustituirán un campo más por otro de estos templos de opulencia, como si la oferta de comercio no hubiera ya rebalsado la oferta. Pero ese es el modernismo del que estamos enamorados y qué le vamos a hacer.

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