Amores que se van pero siempre vuelven


Rubí_ Perfil Casi literal

Las etapas de nuestra historia personal suelen ser rastreables por algún referente en particular. Conozco personas cuya definición de una etapa importante de su vida radica en un empleo trascendental, personas que contabilizan sus logros académicos o lugares de estudio, y estos representan, por tanto un período importante; otras cuyos lapsos vivenciales se cierran a la vida familiar. Cuando yo decido mirar atrás y definir las etapas de mi propia historia, lo hago pensando en mis grandes amores. Y no, no se trata del amor entre dos personas. Al mencionar a mis amores, me refiero a mis fieles amantes: la literatura, la música y la plástica. Y como sucede en cualquier historia vehemente, nos hemos dejado, regresado, reconquistado, etcétera.

Cuando conocí a mi primer amor, tenía ocho o nueve años. Recuerdo muy bien que la casa donde viví junto a mi familia contaba con una magnífica biblioteca gracias a mi papá, quien siendo conserje de una institución educativa, nos llevaba aquellos libros cuyo destino era el reciclaje. Y así se fue construyendo nuestro patrimonio bibliográfico. La lectura llegaba cuando me castigaban con negarme salir a jugar. También cuando me aburrían las tareas de la escuela o cuando me sentía sola. Y enconches conocí a Rodríguez Macal, Pepe Milla, Julio Verne, Gustavo Adolfo Bécquer, Allan Poe y Exupéry  entre otros. A partir de esos años comenzó el idilio entre la lectura y yo. El amor por leer no ha muerto, y aunque es más sabio y quisquilloso que al principio, es una relación de amor/odio. La lectura es una amante que me deja a ratos, pero que al volver me esclaviza; así fue como di también mis primeros pasos en la escritura de poesía.

Mientras cursaba el segundo año básico en un instituto público, llegó a mí el amor hacia el teatro y el canto; formé parte del coro y del elenco teatral. Actividades extracurriculares en las que participaba porque me llenaban de un no sé qué placentero sin el cual no conseguía sosiego; una sensación difícil de expresar en palabras. Mi fascinación por el canto llegó lejos: la ópera. A los catorce años pasé breve y clandestinamente por el Conservatorio Nacional de Música pero tuve que retirarme. Una decisión difícil. Un amor que tuve que dejar ir, pero que nunca murió. Ese abandono me atormentó en silencio durante los años que siguieron.

Al llegar al bachillerato comencé a dibujar a lápiz por pasatiempo. Y así llegó otro amor a mi vida: las artes plásticas. Recuerdo que alguna vez demostré mi enamoramiento por alguien regalándole dibujos. De tal forma tomé algunos cursos de arte cuando tuve la oportunidad de entrar a la Universidad de San Carlos. Sin embargo, por razones de presupuesto y desempleo decidí no convertir el arte del dibujo y la pintura en profesión. Por aquella época la música seguía siendo una parte muy importante de mi vida; enfoqué mi gusto en el rock y algunos de sus subgéneros. Mientras los años pasaban, la ópera seguía dándome vueltas en la cabeza; era un gusto que escondía de las personas por temor al juicio ajeno y al rechazo.

Los años han pasado… después de doce años he vuelto al Conservatorio Nacional y a la ópera, Practico canto lírico con un registro de mezzosoprano y mi felicidad se desborda. No dejo de escuchar a esos grupos estridentes, metaleros y/o sinfónicos que combinan tan bien con mi personalidad, pero mi amor por la producción operática es de antología. La música (ópera) es el amor que siempre vuelve a mí y que no quiero volver a perder.

En pocas palabras, esa es la reflexión. Cuando cualquier expresión artística llega a nuestras vidas, y a causa de las circunstancias tenemos que abandonarla, siempre busca la forma de volver a nosotros o nosotros mismos la buscamos incluso inconscientemente. Y en personas como yo, que  vemos el mundo a través de esa expresión artística que nos sublima, es precisamente eso, un amor que nunca muere tal y como pasa con esa primera ilusión romántica que vuelve constantemente a nuestros corazones sin pedir permiso, robándonos sonrisas y suspiros.

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

Nietzsche, dijo que la vida sin música sería un error. He vivido el significado de esa frase. Afortunadamente mis amores están siempre para mí y yo para ellos. Leo, escribo, dibujo, canto y sobre todo, vivo.

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