Edith Piaf y María Callas: ¿casualidades?


Rubí_ Perfil Casi literalSiempre me atrajeron los cementerios; se me antojan como lugares en donde las emociones son diferentes. Ya sea por añoranza de un ser amado a quien llevemos flores para acallar la voz de la nostalgia que nos agobia o por cualquier otra circunstancia, en estos lugares la muerte nos acaricia el pabellón de las orejas. Pero la muerte no lo es todo en ellos, pues alrededor del mundo los cementerios se han vuelto paseos de la fama debido a que cuentan con una lista cuantiosa de muertos célebres de todos ámbitos.

Père-Lachaise se llama el cementerio más grande de París y en él están sepultados tantos artistas famosos como es posible imaginar: Jim Morrison, Marilyn Monroe, Chopin y Oscar Wylde, por mencionar algunos. Es allí en donde figuran los sepulcros de dos extraordinarias artistas del mundo de la música, y que además, casualmente comparten historias similares: Edith Piaf y María Callas.

Los sucesos similares de quienes fueran en vida “La Callas” y “La mome Piaf” (El pequeño gorrión) no los conocí hasta leer el libro Divas rebeldes, de la periodista y escritora española Cristina Morató, quien dedica el primer capítulo a la diva de la ópera. En esta obra, que no dudo en recomendar, supe que tanto María como Edith vivieron circunstancias similares: pobreza, guerra, explotación paternal, fama, excesos, abortos, amores fallidos, soledad y, así mismo, un espacio en el cementerio Père-Lachaise.

Nacida en París en 1915, Edith Giovanna Gassion se crió en las calles junto a sus padres alcohólicos, quienes se valían de su talento infantil para mendigar. Luego creció en un burdel y después se mudó con su padre a un circo. Ocho años después del nacimiento de Piaf, nace en la ciudad de Nueva York, en 1923, María Anna Sofia Kalogeropoulos, la inconfundible y mítica soprano de ascendencia griega, María Callas.

Son solo ocho años los que separan las historias de estas dos cantantes. En 1931, mientras a sus ocho años María padecía el acoso de su madre forzándola a cultivarse como cantante de ópera, con dieciséis años la carrera de Edith no había visto los reflectores de la fama; en ese mismo año quedó embarazada y su hija (Marcelle) murió de meningitis a los dos años.

En el libro de Cristina, un pasaje desgarrador es aquel en el que María rebela:

«Efectivamente yo poseía una gran voz, y mi madre me empujó a hacer una carrera musical. Yo también fui considerada una niña prodigio […] debería existir una ley que prohibiera que una responsabilidad tan grande recayera sobre un niño tan pequeño. Siempre se priva a los niños prodigio de una verdadera infancia. Yo no recuerdo ningún juguete —ni siquiera una muñeca o un juego preferido—, sólo las arias que me hacían ensayar, en ocasiones hasta el agotamiento, para que pudiera lucirme en la fiesta de fin de curso del colegio».

Vemos cómo se repite la explotación parental en ambas. No fue sino hasta 1937 cuando Edith conoce al propietario del cabaret Gerny’s, Louis Leplée, que su carrera despega. El asesinato fortuito de Leplée empaña el debut de la cantante, regresándola a los bares de los barrios bajos hasta que el compositor y poeta Raymond Asso la toma como aprendiz y le dio el nombre artístico de Edith Piaf. Para ese entonces María y su familia abandonaban Estados Unidos y se establecían nuevamente en Atenas; al llegar a Grecia, su madre buscó para ella un espacio en la compañía de la Ópera de Atenas.

Una vez alcanzado el renombre, la fama y el dominio del público, ambas mujeres reinaron cada una en sus ámbitos: María en la escena operática y Edith Piaf como referente inmediato de la chanson; pero la fama y sus mieles no lo eran todo para ellas, pues también buscaban el amor… y lo encontraron. Transcurría el año 1946 y las secuelas de la Segunda Guerra Mundial no restaban fama a la diminuta y menuda cantante francesa. Fue entonces cuando conoció a Marcel Cerdan en Nueva York, un boxeador marroquí (casado) con quien vivió un romance fatídico. Tres años después, en 1949, La Callas conocería a su amor y su verdugo, Aristóteles Onassis (igualmente casado, aunque en aquel año María aún era la esposa de su agente), magnate griego quien, al poco tiempo y tras un aborto, la dejó para casarse con la viuda de John F. Kennedy, Jackie Kennedy. Justo cuando María se envolvía en el amor con Onassis, Marcel Cerdan moría en un accidente de avión. Quizá las casualidades son demasiadas en estas mujeres. No dejo de sorprenderme mientras recuerdo y escribo.

Al poco tiempo de la muerte de Cerdan, Edith se retira de los escenarios y su vida se sume en los excesos de alcohol, drogas y depresión. En 1959 le diagnostican cáncer en el hígado. Tras el abandono definitivo de Onassis, María se retira también de la vista pública y se hace adicta a las pastillas para dormir; perdió la voz y su rango vocal había descendido. El 11 de octubre de 1963, a los 48 años, la intérprete de Je ne regrette rien muere a causa del cáncer; María la sobrevive catorce años en los que dio su última batalla en una gira breve entre los Estados Unidos y Oriente, repartida entre su depresión y sus clases como maestra de Julliard School. En 1977, María Muere de un ataque cardíaco inesperado, a la edad de 54 años.

María y Edith: dos figuras irremplazables en la música del siglo pasado; mujeres cuya vida fue accidentalmente similar y que, como jugueteo de un destino caprichoso e inescrutable, sus cuerpos son colocados en el mismo cementerio parisino, siendo esta la última casualidad que las une.

A los que escuchamos su música no nos queda sino sumirnos en sus formidables voces y dejarnos llevar, pues ni la vida de Edith fue color de rosa como La vie en rose, ni María Callas fue la libre Violetta del aria de Verdi Sempre libera de La Traviata. Hoy por hoy, lo único certero es que sus nombres están labrados en las frías piedras de sus lápidas en el Père-Lachaise, para deleite de quienes, como yo, gusten antojadizamente del misticismo de los cementerios.

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

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