Ser guatemalteco


Rubí_ Perfil Casi literalLos cambios sociales siempre generan cuestionamientos de distintas índoles; en mi caso, incluso existenciales. En Guatemala ha entrado un nuevo gobernante, y, junto con él, para muchos entró también el cambio que la sociedad guatemalteca necesita para ser un “mejor país”. Quizá mi pesimismo o mi corta edad me lleven a invalidar y a no compartir ese sentimiento de esperanza (injustificada a mi juicio) que una buena parte de los ciudadanos revelan, tanto por medio de las redes sociales, como en una plática en una tienda, en el bus o en los lugares de trabajo. El caso es que cambios como el del 14 de enero y la actitud general que, gracias a ese cambio, tienen las personas con las que comparto virtual o presencialmente mi día a día, me llevan a preguntarme sobre qué es en realidad ser guatemalteco.

La Constitución Política aclara que guatemalteco(a) es quien nace en territorio de Guatemala, de padres nacidos dentro de la misma frontera. ¿Esto basta para ser guatemalteco? Existen tantas interrogantes que cuestionan el punto al que me refiero, que resultaría tedioso colocarlas todas.

Pienso que las personas nacidas en Guatemala nos valemos de llamarnos guatemaltecos solamente en oportunidades en donde serlo no resulta del todo perjudicial, y no es que haber nacido en Guatemala sea malo o negativo, me refiero a que no es lo mismo el guatemalteco que el “chapín”: término peyorativo del cual sanciono su utilización decorativa, simplista e irónica. De hecho, tengo todo en contra de las particularidades de las que el chapín goza, sin mencionar la raíz del significado de esta palabra, que no sirve más que para señalar actitudes universales que nada tienen que ver con nacer o no en Guatemala.

Hay quienes afirman que el chapín es generoso, trabajador, madrugador, etcétera. Por otro lado, hay quienes dicen que, así como el chapín es todo lo anterior, también es envidioso, peleonero, terco (y lo dicen sin rastrear de dónde viene esta estigmatización). A la larga, todas esas virtudes o defectos ya mencionados son universales; todo es cuestión de poner a funcionar el sentido común y el juicio crítico.

En lo personal me crea un conflicto serio saberme una mujer joven por cuyas venas corre sangre mestiza, que no vivió la Revolución del 44 ni tampoco los tiempos del Conflicto Armado, que se crió con la idea de que amar a Guatemala es lograr identificar los símbolos patrios, leer todos los libros de Miguel Ángel Asturias o sentarse a comer tranquilamente en los pasillos del Mercado Central, pues los medios de comunicación, el sistema educativo y las enseñanzas de mi hogar me remiten desde siempre a estos referentes. Y hoy por hoy, con los Black Friday, Halloween, Oktober Fest, la comida chatarra, los best seller y los call center, la maraña de la confusión crece, y es ahí donde me estanco.

Entonces, y para terminar: ¿qué es ser guatemalteco? Honestamente no tengo una respuesta clara, objetiva. Quizás algún día pueda responderme con propiedad, quizá la evolución de la vida misma me lleve a confundirme más, o quizá busque una respuesta concreta cuando la pregunta venga de boca de uno de mis hijos. De lo que sí estoy segura es que no responderé con referentes ambiguos y cuasichovinistas.

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

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