Siempre me ha causado mucha curiosidad esa manía que suele darse dentro de muchos círculos culturales que pasa por uniformar prácticas y gustos de todos aquellos que pertenecen —o desean pertenecer— a esos ámbitos desde la sofisticación de la conducta. Sus valores pasan por encasillar en el estereotipo implícitamente dictado, ¡y vaya si esto no suele pasar tanto en espacios intelectuales como artísticos! Esto responde a una forma de entender la cultura en la actualidad tal y como la ha establecido una minoría blanca, burguesa y dominante en Occidente y que se ha instalado como una especie de utopía global como la única forma de encontrar la aceptación dentro de estos círculos.
Ahora bien, detengámonos por esta vez en la música y seamos sinceros: para muchos, el gusto y conocimiento musical significa, más que una pasión o vocación, un referente de estatus y construcción de la mera apariencia; algo para sentir que se pertenece a un determinado círculo social exclusivo y privilegiado. Están, entonces, aquellos que al haber escudriñado la diversidad de géneros, bandas y cantautores, pareciera que más que hacerlo por ese placer que da el conocimiento o por esa embestida que sufre nuestra sensibilidad ante alguna expresión artística que nos golpea de verdad, lo hacen más bien para desmarcarse, para sentirse diferentes, elevados y distinguidos ante las masas. Y entonces suelen ser estos quienes muchas veces suelen realizar una burda crítica, no solo a otros géneros, sino a las personas que gustan de ellos, en lo que a la larga no es más que una instrumentalización de la expresión musical para jugar a los antagonismos sociales.
Pero ojo que con esto no digo que se trate de justificar o de no realizar una crítica fundamentada hacia alguna expresión que consideramos nociva. Por ejemplo, el reguetón es un género que, tal y como lo entiendo, se inscribe dentro de la «cultura populista» y no dentro de la cultura popular. La diferencia entre estas es que la segunda se constituye por las creaciones materiales y espirituales provenientes de esos deseos y necesidades que se anidan en el seno del pueblo, mientras que la primera, la populista, se crea a través de los pseudo productos deformantes y manipulados que las clases dominantes y el imperio infiltran en la clases subalternas para así construir un imaginario que tergiverse lo verdaderamente popular y lo asocie a expresiones y productos comerciales hechos en serie, de pésima calidad, de nulo contenido y —en el caso particular del reguetón— de evidentes discursos misóginos y violentos. Todo esto dentro de una lógica mercantil degradante.
El problema es que hemos visto cómo, en diversas coyunturas, lejos de buscar discernir entre lo popular y populista, lejos de realizar una crítica al violento contenido en términos generales de este género, e incluso lejos de reconocer los burdos fines comerciales e ideológicos de varias industrias musicales, pareciera que de lo que se trata es de discriminar algunos géneros simplemente por su carácter popular debido a esa obsesión de aspirar a la «alta cultura» y de concebirla como la única posible; algo que en realidad viene siendo una evidente exposición de resabios coloniales que relacionan lo blanco y lo anglo con la civilización, y todo lo demás, con la barbarie; lo que representa el triunfo ideológico que promueven muchas industrias de entretenimiento a través del clasismo de una sociedad reprimida, represiva y segregada cuyo desgarro del tejido social tras innumerables guerras no hemos logrado reponer.
Ojalá se vieran en verdad críticas sustanciales por estas latitudes respecto a las diversas actividades y expresiones artísticas que no se inscriben dentro de la lógica y/o estética, digamos, académica; porque despreciar lo popular desde la superficialidad y desde el clasismo, amparándose en una supuesta erudición y en esa unívoca forma de entender la cultura, no solo resulta siendo algo triste sino además que encubre esa idea lamentable de pensar en superioridades biológicas en pleno siglo XXI. Apologistas y amantes de la denominada «alta cultura»: ¿Cuándo serán vuestros conocimientos, títulos, jerarquías y respetabilidades los dispositivos para deconstruir preceptos impuestos y escudriñar las creaciones humanas desde la honestidad y el rigor?
De mi parte, y en forma de anécdota, déjenme contarles que suelo compadecer cuando alguna gente no toma en serio, desde cierta jactancia, el hecho de que para mí los Tigres del Norte, por ejemplo, son una de mis bandas predilectas (cuyo contenido social de muchas canciones invito a escuchar), y que la prefiero por encima de muchas bandas de Rock o Dj’s electrónicos incluso si estos fuesen parte de la filarmónica de Londres. Y es que en verdad pienso que se debe reconocer que una cosa es la crítica y otra cosa muy distinta es hacer de los gustos musicales y artísticos en general un pedestal de estatus para discriminar a los otros sin ver más a profundidad.
†