Habrá que jugárnosla ante la soledad, darnos cuenta de nuestro efímero paso por este globo verde y azul que pareciéramos despreciar como especie. Este es un buen primer paso, justamente ese, reconocer nuestra nimiedad dentro del gigantesco universo, nuestra finitud dentro de lo infinito, nuestra imperfección dentro del caos perfecto y es allí donde el humano es contradicción pura: entre el absurdo de su inevitable destino y el excelso coraje de reconocerlo, y así, tener razones por las cuales darle significado a su existencia.
Eyectados a un mundo donde muchas preguntas no encuentran respuestas, condenados a la soledad por la cual nos sentimos abatidos en diferentes circunstancias. Tecleo nervioso y me detengo por momentos si mis manos sudan al teclear. Es lunes por la noche y he sobrevivido a una resaca más, la soledad me acaricia, siento su suave y melancólico roce, evito contemplar el firmamento mientras cuestiono nuevamente todo eso que resulta indescifrable, es un juego peligroso, crudo, de suspiros y ráfagas que resulta peligroso y apasionante jugarlo.
Un talentoso filósofo que optó en un momento de su vida por apoyar ideológicamente a los nazis, dijo que el no darnos cuenta de nuestra finitud es vivir una “existencia inauténtica”, es como no pasar por este mundo, pues la intensidad y la sensibilidad se elevan en dosis excitantes cuando justamente comprendemos eso, cuando nos reflexionamos en este mundo, cuando lo reflexionamos a él y cuando nos damos cuenta que somos parte de este gran todo, y así, nuestra concepción se expande y profundiza tanto en nuestro exterior como en nosotros mismos.
Se necesita un alto grado de valor para concebir y reflexionar sobre todo esto, reconocernos humanos y no dioses, solos, desde el momento en que nacemos. Nunca se irán esas noches de soledad infinita donde la sensación de la nada entra por nuestras fosas y nos impide ir con Morfeo. Este es el precio, el sublime precio para comenzar a comprendernos, a entendernos, a aprendernos, a querernos entendiendo que en un mundo donde el silencio de los cielos es insoportable, el humano debe alzar la voz. Habrá que trastrabillar en pasadizos buscando encontrar sensibilidad y la intensidad del día a día, esa con la que decidamos vivir sin dejar que nos lastime ni que lastime a nadie más. Habrá, pues, que jugársela ante la inmensidad.
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