Uno de los puntos clave del epicureísmo es el de volcarse al placer y que este conlleve el menor o ningún displacer como efecto secundario. Pero no se trata del tipo de placeres que en la actualidad nos venden los medios de comunicación de forma burda para favorecer al mercado a través del consumismo, sino de un hedonismo casi por el simple hecho de estar y de respirar; de una concientización del poder del momento presente y un posicionamiento humanista ante la realidad. Epicuro es uno de los pensadores invisibilizados por la historia del pensamiento occidental. Esto responde al triunfo de ideologías que dentro de sus máximas presuponen ideas contrarias y que en muchas ocasiones reprimen, inventando otros mundos, las pulsiones y deseos más profundos y naturales que surgen en nosotros. Volver a los clásicos nunca está de más, pero ¿qué tal si lo hiciéramos justamente con esos que prácticamente han sido ocultados?
En un mundo repleto de malestares culturales donde el carácter social arraigado ha llevado a la masividad a una especie de viaje cuyo único fin es el de poseer, aparentar y acumular correspondiendo a gustos estandarizados que se creen propios, la búsqueda de placer debe ser reivindicada y resignificada desde un hedonismo pedagógico. Y es que si me preguntan una característica de mi generación, diría que ha sido sumamente hábil para antropomorfizar autos y cosificar mujeres, lo que evidentemente representa una profunda y grave tergiversación de la idea de lo humano en nombre de una falsa y aberrante concepción de placer.
Claro, se entiende que la carga platónica y cristiana lleva siglos de incidencia y está presente incluso en discursos ateos. Se percibe que los métodos psicosociales utilizados por los medios de comunicación y la ideología dominante se han arraigado profundamente. Se puede analizar cómo el proyecto neoliberal impulsado en diferentes latitudes ha llegado a colonizar y controlar el imaginario colectivo. No por gusto la publicidad busca vincular el placer y la felicidad con los bienes materiales cuando estos últimos tienen una existencia totalmente independiente a dichos estados sensibles. Se trata de un tema amplio y complejo el preguntarnos si es posible una descolonización y la construcción de nuevas subjetividades, de conciencias críticas, pero también hay que reconocer que hay hendijas donde se vislumbran válvulas de escape a todo este vértigo impuesto y que de alguna u otra forma hay que apostar por ellas.
El hecho de entregarse al hedonismo pedagógico es de por sí un acto con tintes transgresores así como lo es el expresar amor o cariño públicamente a alguien, lo cual ya representa un acto incómodo para los apologistas del egoísmo liberal. Se trata de una considerable vuelta a nuestra animalidad y, al mismo tiempo, a un reconocimiento de nuestros deseos más profundos y humanos. Se trata también de una concientización materialista de la historia para lograr comprendernos, de una praxis política. Hablo de tipos de convivencia hechos a un lado, de una solidaridad horizontal y no vertical, lo que representa un acto que, como toda acción individual, es política y nos vincula de forma consciente con nuestra humanidad y, lo más importante, con el otro.
Habrá que buscar en las cosas más simples el placer sistemáticamente oculto. Habrá que reencontrarnos riendo con el vecino en lugar de ver quién tiene el mejor auto. Habrá que apostarle al epicureísmo materialista, que busca en el hedonismo pedagógico y en el amor por la vida una práctica política consecuente alejada de confundir la frivolidad con el placer del estar y de poder transformarnos.
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