En Panamá los llamamos líderes


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalTraducciones es uno de los textos más importantes del dramaturgo norirlandés Brian Friel. Es el verano de 1833 y la única escuela de la ciudad de Baile Beag —el Macondo de Friel— está a punto de ser testigo del poder del lenguaje. Mientras los alumnos discuten textos en griego, latín y su lengua natal, irlandés, el colonialismo está haciendo de las suyas. Los ingleses pronto abrirán una escuela donde se impartirán clases en inglés y la milicia británica ha invadido nuevamente a la ciudad. Esta vez el pillaje no lo realizan soldados, sino ingenieros que en lugar de cañones traducirán los nombres de calles, ríos y montañas del irlandés al inglés.

Esta invasión cuenta con una peculiar marioneta: Owen, el hijo del maestro de la escuela de habla irlandesa, regresa de la capital, Dublín, donde ha conseguido empleos que serían inimaginables para sus conciudadanos. Esta vez hace de traductor para los ingenieros y de mediador comunitario. A Owen parece importarle poco que sus jefes lo llamen Roland, resultado de la baja tolerancia de los ingleses al acento irlandés. Aún peor: Owen no es preso de la precisión. Sus traducciones del inglés al irlandés esconden las reales intenciones de los mapas y escuelas de obliterar la identidad e historia de Baile Beag.

Briel ha declarado que esta obra es sobre el lenguaje y solamente sobre el lenguaje. Y así lo dice el padre de Owen, Hugh, al declarar que lo que nos hace una nación no es el pasado, sino las imágenes del pasado plasmadas en el lenguaje.

Pero lo que me llama la atención de Traducciones es el Roland de Owen. Para el joven traductor, su labor es suavizar el golpe de la muerte de la historia e identidad de las personas con las que creció, y lo hace porque está convencido de que esa muerte traerá progreso; el mismo tipo de progreso que él ha experimentado en Dublín al dejar enterrado en Baile Beag todo lo que fue. Manus, su hermano, rehúsa usar el inglés que sabe para comunicarse con los ingenieros y confronta constantemente a Owen por sus desacertadas traducciones. Frustrado y desesperado, Manus concluye que no hay razón para sorprenderse de lo que está pasando. Después de todo, «hay Rolands por todas partes, ¿no?». A pesar del final ambiguo de la obra, se puede inferir que Manus es castigado con la muerte a manos de los ingleses y Owen regresa triunfante a Dublín.

Hay Rolands por todas partes, sí. Hay personas que aprenden varios lenguajes —el del poder, de la ciencia, de las artes, del amor y del odio— y lo utilizan para redibujar mapas a su conveniencia. En Panamá, a los Rolands los llamamos líderes. Esos son los que están a la cabeza de centros de investigaciones científicas subsidiados por fondos públicos que constantemente tienen que traducir entre los intereses de hacer ciencia y los de seguir recibiendo sus salarios. La mejor estrategia es realizar traducciones que le hagan creer a la comunidad científica que están produciendo algo de valor y convencer a los políticos de que nada de lo que se investigará atentará contra su poder. Esos son los líderes de partidos políticos que son capaces de leer tu lenguaje con tan solo olerte. Luego de decodificarte te hablan con gusto y convicción, haciéndote temblar de emoción.

Y luego están los Manus. Fieles a sus raíces y creencias y a sus códigos morales, son destruidos por los cambios. Son los que, como lo plasma Friel, aprenden las contraseñas pero el lenguaje de la tribu siempre los elude.

Friel dice que Traducciones nos ayuda a recordar que hasta que no entendamos el poder del lenguaje no se resolverán los problemas que han martirizado a los irlandeses durante casi mil años. Yo diría que va más allá. Hasta que entendamos que el lenguaje es poder, seguiremos ungiendo como líderes a peleles como Roland.

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