Querido Evan Hansen: un triunfo teatral, pero…


Javier Stanziola_ Casi literalLas casi tres horas de Querido Evan Hansen en el Teatro Nacional de Panamá pasaron como un rico suspiro. A la salida, uno de mis acompañantes de la noche comentó cuánto había disfrutado del montaje. Luego bromeé con su esposa y él sobre la turista peruana sentada junto a nosotros que, sin pedírselo, compartió que había visto la obra en Broadway y en Buenos Aires, y que «para ser Panamá», la propuesta era fenomenal.

Estas declaraciones vinieron acompañadas de su muy consecuente nostalgia nacionalista por la comida peruana, ya que, como es de esperarse, en ningún país se come tan bien. Mi acompañante concluyó su reseña instantánea con un «qué buen mensaje tiene la obra». Yo, pesado como siempre, le pregunté de vuelta «¿y cuál es ese mensaje?».

En el Uber camino a casa yo más bien iba pensando en el mensaje de la obra que yo estaba ensayando en el Museo del Canal, a unas cuantas cuadras del Teatro Nacional, y por qué me sentía tan incómodo con la idea de que el pequeño Hansen tuviese su propio mensaje. Después de todo, trato de profundizar y dejar clara una propuesta, crítica u opinión sobre las dinámicas que exploran mis obras.

En el mismo Uber comprobé que muchos tuiteros coincidían con lo de #tremendomensaje refiriéndose a Hansen, pero nadie terminaba de decir cuál. Los medios de comunicación tradicionales que cubrieron la obra también enfatizaban la valentía del texto por cubrir temas como el suicidio, la salud mental y la comunicación familiar.

Y sí. Pero ¿y el mensaje?

Las frases trilladas siempre tienen algo detrás. Sin duda, el teatro es un espejo. El teatro dice algo. El teatro es vida. Pero bajo la dirección de César Robles, la dirección vocal de José Pepe Casis y con Daniel Preciado en el papel protagónico, Querido Evan Hansen hace algo más: activa instintos.

Sigamos con lo trillado: la puesta en escena de este musical fue un deleite para el público, estoy seguro. Yo la disfruté de principio a fin. La nacionalista peruana quería saber si Daniel Preciado era una conocida celebridad actoral de Panamá porque, sin duda, nos dio un masterclass de caracterización, vocalización y hasta un poco de corporalidad, algo que se ve poco en el teatro panameño. La producción estuvo cuidada en cada detalle, desde el diseño instagramero, el fresco vestuario y hasta la contagiosa energía del elenco. La obra es maravillosa, no hay ninguna duda… Pero ¿y el mensaje? ¿Cuál es el mensaje?

Pues simple: no tiene mensaje.

Este producto de Broadway depende de enganchar al público con menciones o discusiones breves de temas o condiciones que enfrentamos a diario: la soledad, las inseguridades y la salud mental. La trama se mueve por dinámicas que todos hemos vivido: haber mentido para ayudar a otros, seguir mintiendo para ayudarse a sí mismo, asegurarnos de que tenemos suficiente medicina en el frasco, dejar a tu hijo con la palabra en la boca porque tienes que ir corriendo a la oficina… Y a pesar de que el suicidio de un adolescente conocido por ser un bully es el detonante de la trama, este tema nunca se aborda en profundidad y, de hecho, se evita.

Muchas obras de Broadway se meterían en estos temas en profundidad, pero esta no. Nada se profundiza en Querido Evan Hansen. Pero es que tampoco lo tiene que hacer para ser una buena propuesta teatral.

No todas las obras deben regalarnos mensajitos con los que salimos renovados o remojados. En lugar de profundizar en las causas y consecuencias del suicidio, la obra utiliza esta tragedia como un punto de partida para crear complicidad entre el elenco y el público. Pero el gran riesgo es que si el actor que interpreta al pequeño Evan no logra activar al público, la obra se cae.

Por suerte en Panamá contamos con alguien como Daniel Preciado que puede con el peso completo de esta propuesta. Durante casi tres horas, un selecto grupo de personas vivimos dentro del teatro más espectacular de Panamá una rotunda e intensa historia que no queríamos que terminase.

A veces lo que necesitamos del teatro no es un mensaje, sino una oportunidad para sentir y conectar.

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