Nietzsche: llorar por la humanidad


Darío Jovel_ Perfil Casi literalZaratustra no soñaba con ser un pastor, un líder o un dictador. No deseaba que todos creyeran en lo que él creía: no deseaba que los demás pensaran como él. Zaratustra solo quería que pensaran. Así habló Zaratustra es una obra del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, quien quizá, entre todo ese conjunto de hombres europeos que dominaron el pensamiento occidental sea el más malentendido de todos.

Es común oír que Nietzsche es el padre del fascismo y del nazismo; que sus ideas son la exaltación de una raza pura, la invocación de un hombre capaz de destruir todo lo que existe para forjar un nuevo mundo bajo su grandeza. Lo cierto es que tales aseveraciones carecen de completo sentido; en primer lugar, porque Nietzsche odiaba los colectivos, pues en ellos observaba rebaños, personas que, ante la incapacidad o la falta de voluntad por desarrollar ideas propias, se adhieren a las ajenas y rinden culto a ellas y a sus líderes. Por ende, Nietzsche no puede ser visto como el padre de cualquier movimiento, religión o ideología que crea o tenga fuertes cimientos en la acción colectiva, pues incluso si este llevara su nombre, el propio Nietzsche lo aborrecería. Y segundo, no puede ser padre del fascismo o del nazismo porque él no creía en los líderes. No le gustaban.

Sobre esto podríamos seguir por páginas y páginas, pero ese no es el propósito, sino hablar de su vida ahora que, espero, ese breve párrafo haya servido para limpiar, aunque sea en mínima medida, cualquier prejuicio en su contra. Aunque antes mentí, pues no nos interesa toda su vida, sino dos episodios particulares: Lou Andreas-Salomé y el caballo. Me explico: cuando se enamoró de ella y cuando le pidió perdón a un caballo.

Nietzsche era enamoradizo. Juraba amor eterno a casi cualquier mujer que se cruzara en su vida, pero lo de Lou Andreas-Salomé fue diferente. Ella amaba sus ideas, sus libros y artículos. Estaba enamorada de las ideas del filósofo, mas no de él. Nietzsche jamás pudo aprender a lidiar con ello y le declaró su amor en reiteradas ocasiones, ofreciéndole ser su amante y, ya en los últimos años, rogándole por una amistad o porque simplemente le respondiera a las cartas. Toda su vida defendió ideas sobre no ser esclavo, de liberarse incluso de las obsesiones, pero acá, como en otros casos, jamás lo aplicó.

Nietzsche fue esclavo de las esperanzas que construyó sobre la nada, mientras que Lou Andreas-Salomé fue esclava del filósofo: no del hombre que se llamaba Nietzsche, sino de las ideas que firmaba bajo ese apellido.

En Turín, Nietzsche le pidió a un caballo perdón en nombre de la humanidad. Desde ese día jamás pudo ser el mismo. Fue internado en un sanatorio mental donde acabo sus días. Para ese momento ya se había distanciado por completo de Lou Andreas-Salomé (no por iniciativa de él).

Poco o nada se sabe de lo que llevó a Nietzsche a la locura, pero quizá intentó encontrarse con el filósofo, ser más parecido al que hablaba en aquellos aforismos y menos al que perdía su dignidad con cartas que jamás le serían respondidas. Quizá intentó encontrarse durante mucho tiempo, pero se perdió por el camino. En cualquier caso, ese día el hombre que odiaba a los colectivos lloró por toda la humanidad.

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