Justicia es una de las palabras más utilizadas del diccionario. Uno de sus significados es «Dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece». Si nos apegamos a este significado resultamos envueltos en una de las tantas utopías sin posibilidades que tiene la condición humana. Habitar un mundo completamente justo debe ser tan difícil como construir una ciudad de porcelana y luego vivir en ella. Su fragilidad nos inmovilizaría, sería imposible llevar nuestro habitual y pesado ritmo de vida saturado de cosas y de egoísmos.
Leyendo opiniones de todo tipo, uno se encuentra frecuentemente con este término abstracto. Solo respiramos profundo al oír cómo se profana la palabra mientras lo peor de esta sociedad retuerce su significado para proteger un sistema criminal amparado en leyes hechas a su medida.
Podemos analizarlo también desde nosotros mismos. Siempre estamos prestos a exigir compensación y equidad, pero la mayoría de nosotros actuamos de una manera muy distinta a lo que pedimos de los demás, obviando nuestras «pequeñas» injusticias cuando las comparamos con esos enormes y bochornosos casos de ilegalidad. Creemos que ser justos es actuar únicamente con apego a la ley. ¿Acaso la ley guatemalteca es justa?
El salario que recibe la mayor parte de la población es vergonzoso y miserable. Nosotros, incluso, se lo regateamos a las personas más humildes que dependen de nosotros. Existen una y mil formas de evadir los impuestos. Nosotros los evadimos. Si tenemos la oportunidad de robar tiempo a nuestro horario de trabajo, lo hacemos.
La justicia nunca llegará si únicamente la invocamos y nos rasgamos las vestiduras ante la barbarie. Debemos ver cómo aplicamos este término a nuestra vida y luego exigirlo. Ojo: la injusticia también puede quedarse muy escondida detrás de los exigentes, aquellos que siempre se eximen de toda culpa y juegan el rol de eternas víctimas.
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