Pontificar y ningunear son dos actitudes muy lejanas a la crítica. Lo peor y lo mejor son juicios inválidos, pues no se puede abarcar la totalidad de lo comparado. Comparar es una muletilla demasiado recurrente dentro del pop mediático donde los medios resultan convirtiéndose en los censores y presbíteros de una sociedad acostumbrada a recibir sermones.
De pronto alguien que nunca ha publicado un libro decide cuáles son los mejores libros del año; otro, sin méritos a la vista, nos dice que tal o cuál músico es el peor del 2017, o el que nunca ha participado en política salta como ese intachable analista de fondo. En eso consiste el poder de acusar, decidir, anular o mercadear con la cursilería y la simpleza de esta sociedad del espectáculo agotada por la demagogia de sus caudillitos; sí, esos que prefieren organizarle la crisis a los sectores de poder manteniendo la pose de «resistencia pacífica».
La resistencia está en el riesgo de hacer las cosas, no en mantenerse en esa barrera donde es tan fácil tirarle piedras a quienes pasan. Ojala viéramos productos y no posturas. ¿Pedimos libertad de opinión? Entonces incluyamos voces que no nos complazcan. ¿Pedimos justicia? Entonces seamos justos. ¿Queremos participación, calidad, transparencia? Seamos todo eso.
Hay una delgada línea entre el talk-show —donde todo funciona como un teatro de los horrores que regocija nuestro sadismo— y el verdadero ejercicio de la crítica. La crítica que es, en todo caso, una propuesta para mejorar el trabajo hecho por otros.
Hannah Arendt menciona que en tiempos de totalitarismo el único acto revolucionario —ojo: dice revolucionario, no político— es pensar con claridad; una claridad de fondo y de intención. No es interpretar, es comprender lo que se juzga. Cuestionarnos, antes que todo, si en realidad no formamos parte de la enorme maquinaria de prejuicios, inercia y mediocridad que tanto señalamos.
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¡MARAVILLOSO! Gracias, Javier. Hacía rato que no leía un artículo que tuviera ganas de imprimir, fotocopiar y repartir entre todos mis amigos y conocidos. También yo estoy harta de los que pontifican y/o denostan sin saber qué hacer «en lugar de…», sin aportar ni una propuesta, sin pensar a quiénes perjudican o lastiman.