Llegando a uno de los vértices más occidentales de Centroamérica, colindante con el Estado de Chiapas y vecino de los lagos de Montebello, se encuentra perdido y olvidado del mundo un hermoso lago de aguas color del jade ancestral tan preciado por los primeros pobladores. Laguna Brava es un cuerpo de agua que, por sus características, pareciera ser uno de esos idílicos lagos del Sur o una de las formaciones lacustres enclavadas entre los muros protectores y maternales de las montañas alpinas. Visto de lejos parece un remanso de paz y tranquilidad, como una estampa bucólica de un edén detenido en el tiempo. Basta acercarse un poco más a este encantador paisaje para darse cuenta de que bajo su manto verde de floresta se esconde la fuerza de la vida silvestre expresándose en su forma más pura.
Llegar a este paraíso no es fácil de ningún modo. La ciudad más cercana del lado de Guatemala es Huehuetenango, que. a pesar de ser la cabecera departamental de este departamento, dista a unas cuatro horas entre carretera asfaltada sencilla y senderos de terracería al que solo entran vehículos de doble tracción. Este aislamiento relativo ha permitido de manera ventajosa, y a pesar de su belleza, que este lugar no sea asediado por turistas convencionales que terminan contaminando todo a su paso, aunque tampoco se puede pasar por alto que su potencial turístico, todavía ignorado, también podría ser un promotor de desarrollo comunitario. Sin embargo, en lo personal, parte de su atractivo es precisamente ese carácter virgen que el lugar posee y que enamora todavía por su rústica sencillez.
Es que no podría esperarse otra cosa de un lugar como este, que parece dormitar entre las cumbres borrascosas de la cordillera de los Cuchumatanes con su sereno y majestuoso silencio que llena de dignidad a estas tierras. Pero este placer no es para cualquiera y, quizá por eso mismo, el lugar no sea el sitio preferido por las muchedumbres y todavía esté mucho más lejos de convertirse en ícono turístico de la región.
Una vez se llega al municipio de Nentón, el más remoto del departamento, se busca la aldea El Aguacate, un pequeño poblado que sirve como punto de partida para comenzar la aventura. En esta aldea se pueden alquilar pick up’s de 4×4 que llevan a los aventureros por tumultuosos senderos bordeados de montaña y profundos abismos, y que, en las épocas de lluvia, se llenan de grava.
Pero la mayoría de los carros solo llegan hasta el mirador, que está a mitad de camino. El resto del descenso es aconsejable que se haga a pie, pues que los carros bajen con pasajeros resulta peligroso. La bajada a pie no es muy grata cuando se cargan maletas o equipos de acampar. No obstante, a pesar de esa molestia es preferible el camino a pie para disfrutar gota a gota del aire limpio y de las maravillosas vistas que ofrece la laguna en forma de serpiente que parece reptar entre las montañas hasta perderse en lontananza.
Las cosas no mejorarán para los turistas que pretendan encontrar hoteles boutiques a las orillas del lago, aunque sí hay unas campañas rústicas, pero relativamente cómodas que las organizaciones comunitarias pueden alquilar. Las cámaras poseen mosquiteros y se encuentran en ellas dos cálidos ponchos con los que se pasa una noche agradable. Eso sí, los baños son comunitarios y no hay energía eléctrica más que la brindada por una planta que se conecta aproximadamente dos o tres horas en la noche. Es necesario ir con calzado adecuado y viejo, principalmente en la época de lluvia, porque el fango es el mayor obstáculo para vencer. Existen también áreas de acampar, aunque esta actividad no es recomendable hacerla en época de torrenciales lluvias.
Cualquier molestia que al turista sensible le puedan ocasionar estas incomodidades se ven, sin embargo, minimizadas con el placer que se experimenta al navegar por las aguas cristalinas de este cuerpo de agua. Salir de madrugada entre el sonido de aves exóticas que le dan la bienvenida al nuevo día mientras las montañas aledañas parecen imponentes gigantes que se sacuden la pereza y la niebla va dibujando poco a poco sus contornos dormidos es un espectáculo que no tiene comparación.
El recorrido se hace en lanchas sencillas de remos conducidas por hombres jóvenes de la comunidad (los lugareños suelen ser amables. Según oí, muchos de ellos, pertenecientes a comunidades de retornados luego del conflicto armado), sin embargo, el fuereño puede también contribuir en la labor de remo para agilizar la marcha y ayudar al conductor. Atravesar la laguna de sur a norte tarda aproximadamente una hora o una hora y media. Al otro lado, ya muy cerca de Montebello, en México, es posible visitar tres cenotes espectaculares, perdidos en el salvaje bosque subtropical nuboso del lugar. Si se visita en época lluviosa es probable que los mantos de agua, incluyendo el lago, estén crecidos y penetren muchos metros a tierra, así que al viajero no le queda otro remedio que caminar entre el agua y las corrientes que fluyen.
La experiencia así se vuelve fascinante. El primer cenote es tan cristalino que parece una superficie de plata pulida. El segundo tiene el color de la esmeralda. Para llegar al tercero y más hermoso de ellos, de agua color turquesa, se tiene que descender por una corta hondonada y es posible nadar en él tomando en cuenta las medidas de seguridad, ya que suelen ser muy profundos.
Cercano a este lugar inolvidable, más o menos a una hora de distancia en vehículo, se encuentran los cenotes de Candelaria. Dos joyas perdidas en medio del bosque que son auténticos espejos terrestres. Sus aguas estancadas son alimentadas por ríos subterráneos que fluyen entre lechos calcáreos. Los cenotes de esta región son completamente abiertos, es decir, que no están cubiertos ni parcial ni totalmente por cuevas. Esta característica evidencia que este tipo de cenotes son los más antiguos, puesto que el suelo que lo cubría ha erosionado a tal punto de desaparecer.
Sin embargo, vistos desde el cielo, parecen ojos vigilantes, alertas para llevar información del mundo de los vivos a las profundidades del inframundo del que los antiguos mayas hablan en sus documentos fundacionales. Este hecho acentúa el misterio de estos lugares imperdibles en Mesoamérica.
[Fotos: Leo De Soulas para (Casi) literal]
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