Mi interés detrás del tarot (II)


LeoMás que su uso terapéutico, me parece de mayor interés el estudio del tarot como un sistema de comunicación cerrado y discreto. Como todo lenguaje, es un sistema que se forma a partir de un código: el de las cartas. En ese sentido, y tal como ocurre con otros códigos, cada una de las cartas constituye un elemento sémico; es decir, una unidad con un significado preciso. Esto significa que cada una de las cartas es un símbolo en sí, constituida por los dos componentes de toda unidad simbólica: un significante y un significado. Además, la relación de significación se termina de establecer en cada una de las tiradas o lecturas. Cada uno de los componentes adquiere nuevos valores o matices semánticos de acuerdo con el contexto en que aparecen, tal y como sucede con las palabras, que por sí solas tienen un significado limitado, pero dentro de un contexto pueden adoptar valores connotativos tan amplios.

Como todo sistema simbólico, sus unidades sémicas tienen un tipo de organización que tiende a la universalidad, a pesar de las diferencias que hay entre cada tipo de tarot. Así, todos los mazos —entiéndase como mazo a un juego de cartas completo— constan de 78 cartas, divididas en dos arcanos —del latín arcanum, que significa «misterio»—: uno mayor que consta de 22 cartas; y 56 arcanos menores, divididos a su vez en cuatro palos, cada uno formado por 14 cartas.

Los nombres más comunes usados para los palos son las espadas, los bastos, los oros o pentáculos y las copas, a los que se les atribuyen significados generalizados: las espadas se relacionan con los problemas, los conflictos, las luchas, pero también con el valor y la osadía; los bastos se relacionan con la productividad, la inteligencia, el raciocinio, el trabajo; los oros se relacionan con la prosperidad, el dinero, las transacciones comerciales; y las copas con el amor y con la vida emocional. Estos corresponden respectivamente a los íconos de la baraja francesa: piques para las espadas, tréboles para los bastos, diamantes para los oros y corazones para las copas.

A su vez, cada palo está dividido en dos tipos de carta: los bajos o falsos, 10 cartas que abarcan desde el As (que representa el 1) al diez; y los honores, que incluyen la Sota, el Caballero, la Reina y el Rey.

Aunque cada uno de estos arcanos menores tiene un valor específico, por lo general comparten un significado común los que tienen una misma numeración o posición entre cada palo. Así, por ejemplo, un tres de copas, un tres de espadas, un tres de bastos y un tres de oros tienen significados generales similares, aunque concernientes a sus respectivos temas. Esta forma de organización responde a un principio organizativo y jerárquico de los elementos, y crean una constelación en la que cada carta adquiere una función que puede ser considerada positiva o negativa —cartas «buenas» y cartas «malas»— dentro del contexto de cada tirada.

Por lo general, las cartas de los honores representan personas concretas dentro de la lectura. La Sota se refiere a personas jóvenes e inmaduras; el Caballo o Caballero es el príncipe o persona noble; y los niveles más altos de la jerarquía lo conforman la Reina y el Rey, que más que representar mujeres y hombres, simbolizan energías femeninas y masculinas con mucho poder.

Por aparte, los arcanos mayores, llamados también triunfos, son representados por números romanos y también pueden ser consideradas cartas positivas o negativas según la posición que tienen dentro de la tirada. Por lo general, estos arcanos son exclusivos de juegos esotéricos, como las artes adivinatorias y predictivas, y su posición numérica determina su importancia jerárquica: I el Mago, II la Sacerdotisa, III la Emperatriz, IV el Emperador, V el Papa, VI los Enamorados, VII el Carro, VIII la Justicia, IX el Ermitaño, X la Rueda, XI la Fuerza, XII el Colgado, XIII la Muerte, XIV la Templanza, XV el Diablo, XVI la Torre, XVII la Estrella, XVIII la Luna, XIX el Sol, XX el Juicio, XXI el Mundo y XXII el loco.

Entre todos estos arcanos suelen ser consideradas como cartas positivas el Mago, la Sacerdotisa, la Emperatriz, el Emperador, el Papa, los Enamorados, el Carro, la Justicia, la Fuerza, la Muerte, la Templanza, la Estrella y el Sol. El resto de los arcanos son considerados cartas negativas, aunque su determinación positiva o negativa depende del contexto en el que aparecen y la situación por la cual el consultante está preguntando. También dependen si la carta aparece al derecho o invertida dentro de la tirada, principio que también se aplica a los arcanos menores. En todo caso, los arcanos mayores siempre tendrán más poder e influencia que los arcanos menores.

El tarotista es la persona encargada de traducir a códigos lingüísticos e, incluso, paralingüísticos, los mensajes que las cartas envían. Además de un dominio riguroso del lenguaje de las cartas y un conocimiento profundo de sus significados, se espera del tarotista una profunda agudeza hermenéutica a la que llega gracias al desarrollo de la intuición, la cual se va afinando a partir de la práctica en este oficio. De ahí que, más que un ser dotado de poderes sobrenaturales, se espera del tarotista que sea una persona con profundidad de pensamiento y con un sistema intuitivo bastante desarrollado. De hecho, hoy se afirma que casi cualquier persona puede llegarse a convertir en tarotista, siempre y cuando sea disciplinada y observe su labor con juicio crítico.

Aun sobre las prácticas de cartomancia existen dos tendencias: el tarot predictivo, es decir, el que se centra en la adivinación del futuro —una práctica que es cada vez más cuestionada por su grado de determinismo—; y el tarot consultivo y orientador, una práctica mejor aceptada que parte del principio del libre albedrío de las personas. Esta última tendencia parte de la premisa de que las personas tenemos libre albedrío y que somos capaces de construir nuestro propio destino. En este caso, el tarot es una especie de radiografía de una situación y su función es dar un diagnóstico para que los consultantes tomen decisiones a partir de las lecturas.

Otro tanto ocurre con los tipos de tiradas. Por lo general, hay dos tipos de lecturas: la primera de ellas en la cual el tarotista es un intérprete externo de lo que dicen las cartas; y la canalización, en la que el tarotista logra entrar en la mente de la persona consultada de modo tal que puede ser capaz de reproducir, en primera persona, los diálogos internos sobre la persona consultada; una especie de encarnación de lo que otra persona piensa. Otro aspecto importante es la forma como se barajan y distribuyen las cartas, aunque pareciera que cada tarot tiene su forma específica de distribución de cartas en la superficie de lectura.

Debe agregarse que, como una forma específica del lenguaje, una lectura o tirada de cartas debe llevarse a cabo bajo determinadas circunstancias: es indispensable que se lleve a cabo en un lugar limpio, destinado a esa práctica, que puede estar ambientado con luces de velas, inciensos y la presencia de piedras que, en la jerga del tarotista, sirven como reguladores de energías. Tanto el consultante como el tarotista debe relajarse y centrar su atención en la tirada. Algunos tarotistas, además, recomiendan que los consultantes no crucen las extremidades porque con eso repelen la energía establecida en las lecturas.

Existen infinidad de mazos, entre ellos: la baraja española, el tarot de Marsella, el tarot egipcio, el tarot de las brujas, el tarot de los brujos modernos, el Rider-Waite, el celta, el maya, el tarot gitano, entre otros. Cada tarot tiene sus propios diseños y su propia simbología icónica, aunque en principio deben respetar la estructura alfabética que los conforman, independiente de la cultura en la que se originen.

De ahí que, como sistema comunicativo, el tarot está formado por un código común, ordenado y jerarquizado de tal modo que lo convierte en un sistema con alto grado de discrecionalidad —entiéndase por discreto un código formado por elementos o signos cerrados, capaces de transmitir significados con mucha precisión (hoy en día el lenguaje humano es el código considerado discreto por excelencia, a pesar de todas las ambigüedades que se pueden generar a partir de su uso)— que tiende a universalizarse y, por lo tanto, es digno de ser estudiado dentro de la semiótica.

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