Poco a poco, y a pesar de la recalcitrante religión que insiste en condenar lo que no se ajusta a sus cánones, el mundo va abriéndose a la diversidad y con ello se transforma. Aceptar las diferencias es un acto terapéutico social que ha llevado a las personas y a las colectividades al reencuentro del que antes se percibía como extraño; de aquel al que, hace apenas unas décadas se miraba con recelo y desconfianza; de aquel que durante siglos fue estigmatizado y quedó convertido en blanco de burlas simplemente porque amenazaba la estabilidad del sistema heteropatriarcal. Pero también este enorme acto terapéutico ha llevado a los grupos a reencontrar y reconocer en sí mismos el valor de la diversidad como parte inherente de su propia naturaleza. Poco a poco va quedando atrás el mito de la “norma”, que en su estrechez de miras ha inventado un mundo en blanco y negro con contornos definidos para establecer lo que considera normal y anormal. Probablemente en un siglo, si no es que en algunas pocas décadas, esos límites ficticios se terminarán de erradicar por completo y las generaciones más jóvenes por fin serán libres de la presbicia establecida por las instituciones opresoras y represoras en su afán de mantener su propio status quo.
Con toda seguridad, la aceptación de la diversidad en el otro y en nosotros mismos es un proceso gradual y doloroso que implica tirar al traste todas las etiquetas impuesta por una educación castrante al servicio de todas las instituciones. Creer, por ejemplo, que el mundo está compuesto por heterosexuales y homosexuales es uno de tantos mitos que debería ser desterrado. Quizá ayude el hecho de pensar que el mundo simplemente está constituido por un continuo heterogéneo donde las etiquetas no tienen cabida y donde cada quien simplemente piensa, siente y ama distinto a su vecino. Quizá la rigidez de pensamiento pueda solamente ser vencida deseducándonos; es decir, que tanto hombres como mujeres, sin importar sus preferencias sexuales, puedan ser capaces de reconocer y valorizar sus propias características masculinas y femeninas. Mientras no lo hagan serán seres a medias. El hombre que desprecie su parte femenina siempre estará rechazando una parte de sí y, como consecuencia, solo sentirá odio y desprecio por sí mismo; y lo mismo ocurre con la mujer y su parte masculina. Quizá hoy en día la frustración que produce esa castración se ha vuelto insensible gracias a los placebos y reforzamientos que la persona recibe desde la cuna por adoptar la “norma” adecuada. Sin embargo, algo de la semilla destructora siempre estará ahí puesto que un ser solamente logra realizarse cuando desarrolla todas sus potencialidades, toma posesión de sí mismo y se responsabiliza de lo que es.
Por supuesto que no todas las sociedades marchan al mismo ritmo. Unas, las más adelantadas y que han logrado deshacerse casi por completo de sus propios prejuicios, suelen ir despejando el camino y abriendo brecha; en cambio otras, las más tradicionalistas, conservadoras y puritanas, necesitan todavía ser arreadas, y aunque se muestren tozudas y muestran un gran amor al cabestro que reduce su mundo, van dando pequeños pasos casi sin que se den cuenta, a lo que para ellas imaginan como un despeñadero, pero que en realidad es la conquista de un mundo más tolerante y civilizado.
La celebración de la diversidad, que se ha ido afincando en muchas sociedades durante el mes de junio, no desprecia la expresión “heteroafectiva”, sino la considera como una opción más entre una amplia gama de colores. Su lucha más bien está enfocada, o por lo menos debería estarlo, en tratar de destronarla, así como debería intentar destronar cualquier tipo de expresión afectiva que intente erguirse como norma. En un mundo tan agresivo y amenazante como el nuestro, donde la intolerancia y la violencia se asientan a sus anchas para responder a oscuros intereses de grupos que desean ejercer mecanismos sociales de control, la celebración de la diversidad es más necesaria que nunca. Y no solo es ineludible para evitar las grandes tragedias que la homofobia ha causado a nivel mundial, como los crímenes de odio acontecidos hace unas semanas en una discoteca estadounidense, sino también para crear una nueva visión incluyente que ataque precisamente esos pequeños actos que aquilatan estereotipos: la broma aparentemente inocente, el comentario que desea pasar por simpático, la indirecta aguda y de voz quebrada, la mirada de desaprobación, la conmiseración, el trato de “juguetito”, la mofa, la afrenta, la humillación.
La celebración de la diversidad siempre será saludable porque desde nuestra individualidad todas las personas somos diversas: reaccionamos diferente ante los estímulos del ambiente, procesamos la información de acuerdo con nuestras experiencias y expresamos nuestros sentimientos y pensamientos con un estilo particular, resultado de nuestra propia visión. Todos los intentos por querer normalizar la conducta humana, o bien son realizados con ánimo de establecer un principio de orden dentro del caótico mundo, o en el peor de los casos son impuestos para domesticarnos y hacernos creer que el universo es un estrecho pasadizo de muros altos con una única ruta. Ya el imperialismo, con sus falsas banderas de igualdad, ha hecho estragos al uniformar la diversidad cultural. Ya los regímenes fascistas de todas las ideologías han cometido horrendos crímenes y torturas hacia quienes piensan y sienten diferente. ¿Vamos a seguir permitiendo que la historia se repita en nombre de creencias e ideales absurdos? ¿Vamos a despreciar nuestra propia autonomía por seguir normas dictatoriales? Pensémoslo bien.
†