La compañía de teatro Thriambos Producciones presentó recientemente una temporada de La casa de Bernarda Alba, drama de Federico García Lorca, en el teatro de bolsillo ubicado en su sede del Centro Comercial Unicentro de la Zona 10 de la Ciudad de Guatemala. Esta puesta en escena, dirigida por Luis Román, alargará su temporada durante los meses de abril y mayo, según se informó al final de la obra, en funciones de viernes y sábado a las 20:00 horas.
Para las personas que aún no han tenido la oportunidad de ver una puesta en escena de la última de sus piezas teatrales, el espectáculo podría ser un buen ejemplo para introducirse en el universo de este poeta y dramaturgo español. Como es sabido, la obra presenta la furia y desesperación que viven las nueve mujeres encerradas en la casa que regenta Bernarda, quien las obliga a guardar el luto de su marido. Ante el encierro, acentuado por el calor del sofocante verano andaluz, comienza a nacer una rivalidad entre las cinco hijas de Bernarda por la atención del único hombre del que oyen hablar: Pepe El Romano, prometido de la hija más vieja de Bernarda.
En ese ambiente de completa opresión los ánimos se caldean y las emociones arrebatadas de las cinco hijas no tardan en salir a flor de piel, hasta convertirlas en hienas hambrientas por conocer un varón. Es innegable que La casa de Bernarda Alba consigue escenas muy bien urdidas y trabajadas con un ritmo exacto al exigido en el texto escrito. Los celos, la envidia y el egoísmo de estas mujeres hierve como en un caldero que consigue atrapar la atención de los espectadores.
Los momentos de tensión tan solo decaen ante la intervención de María Josefa, interpretada por la actriz Ana María Bravo, quien, lejos de convencer, apenas muestra una locura fingida que el público no es capaz de creer. Por lo demás, el trabajo de las jóvenes actrices brilla de manera contrastante y mención especial merecen las interpretaciones de Mónica Sánchez y Gretchen Bernéond, que caracterizan a la Poncia y a Bernarda, respectivamente.
Sin embargo hay dos puntos en los que es preciso recalcar: el primero de ellos, como ya se mencionó, es la actuación tan completamente discordante del personaje de María Josefa, que solo refleja esa actitud de «divismo» que prevalece entre las actrices y actores de cierta trayectoria. Esta afirmación se lamenta en actitudes a veces observadas en actores y actrices que, al creer que han llegado al culmen de su carrera, terminan por conformarse a realizar una mediana actuación; o se niegan (aunque no de manera explícita) a ser dirigidas. Lamentablemente, ese «divismo» se ha enraizado tan profundamente entre intérpretes de la vieja escuela, que termina por dar resultados obvios en escena. Este personaje, cuya locura debe impresionar al público, termina convirtiéndose en una versión tan generalizada y superficial de la mujer reprimida que Lorca pretendió plasmar en él.
El segundo aspecto débil de la puesta en escena, desde mi punto de vista, es la lectura demasiado literal que se hace de la obra. Seguramente para los fanáticos conocedores de García Lorca o para aquel público que todavía insiste en ver en las puestas en escena un calco de las dramaturgias novecentistas, la propuesta de Thriambos podrá ser magnífica. No obstante, un público más exigente quizá tenga la expectativa de ver una lectura diferente y más actualizada del texto lorquiano. Por supuesto que ver la reproducción de un texto dramático de la talla del dramaturgo andaluz infunde respeto, principalmente si la puesta en escena es adecuada y está hecha con el esmero artesanal que salpica de exactitud las acciones y las emociones dramáticas. Pero quizá para un público más exigente —o simplemente un público que busca una lectura renovada y actualizada de los textos canónicos— la representación escénica termine por no impresionar, principalmente si la obra dramática suele ser ampliamente conocida.
Es importante prestar atención a este punto porque, precisamente, para un público ávido de buscar puntos de vista alternos a las obras del canon, la previsibilidad puede ser un peligroso abismo que pueda sepultar en el panteón del olvido a una puesta en escena por muy bien cuidada que se haga. Más que ver las mismas historias planteadas con la misma concepción que hace casi un siglo tuvo el autor, quizá el espectador moderno busque una lectura diferente, una interpretación más personal del texto o quizá una actualización de los temas. Y lo digo porque para otros espectadores que pudieron haber visto muchas otras representaciones de La casa de Bernarda Alba, esta no sea más que otra entre tantas, por más energía que se haya invertido en realizar un trabajo con cuidado artesanal. Valdría la pena preguntarnos como público qué nos quiere decir este texto lorquiano en nuestra realidad actual y hasta qué punto la lectura ofrecida por la dirección teatral nos muestra una arista nueva de una problemática actual.
Para concluir podría afirmar que la versión de Thriambos, salvo algunos pocos ajustes de actuación, es una pieza que vale la pena ser vista para aquel tipo de público que desee confirmar el canon literario en la puesta en escena. No obstante, si usted es del tipo de público que busca ver una nueva lectura de la obra, esta no es precisamente la opción más adecuada. Tampoco se puede acusar a la compañía porque en ningún momento ofrecen en su publicidad un espectáculo experimental, sino más bien sugiere una línea encaminada al conservadurismo, lo cual tampoco tiene por qué ser negativo porque en géneros se rompen gustos.
[Foto de portada: propiedad de Thriambos Producciones]
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