Costa Rica está a punto de tomar una decisión de índole electoral y los medios de comunicación nacional han sido categóricos en establecer que la tónica de este proceso está cubierta de incertidumbre. Hay un porcentaje muy alto de indecisos. El ambiente político durante este año había estado bastante frío, sin embargo, los costarricenses han empezado a levantar los ánimos a través de ciertos debates que han enfrentado a los candidatos con sus propias contradicciones discursivas.
A través del ingenio popular, más de una mente creativa ha desplegado un centenar de memes con lapsus brutus y actitudes raras y confusas por parte de algunos los postulantes. Estas muestras de comedia política han circulado rápidamente y el grueso de la población empezó poco a poco a levantar cabeza.
La comedia política se ha visto desde los candidatos que han sacado en medio de sus minutos de respuesta (dentro de los debates) elotes que tenían debajo del brazo, así como otros que en redes sociales han ganado simpatía por desplegar sus talentos haciendo bailes al «estilo helicóptero»; también hay otros y otras que no han hecho más que contestar disparates; y hay hasta quienes han confundido el nombre de sus compañeros de contienda en alguna dinámica de preguntas directas entre ellos mismos.
Entre las preocupaciones más relevantes en relación con el ambiente electoral costarricense ha estado el tema de la ponderación del derecho a emitir el sufragio y el tema de la salud pública, suponiendo hipotéticamente que habrá gente que para el momento de la votación tendrá una orden sanitaria de aislamiento por estar contagiada con el virus; sin embargo, nuestra legislación es categórica y establece que, aun en medio de un proceso de excepcionalidad, el proceso electoral debe seguir su cauce.
En el imaginario costarricense el conflicto parece no tener una connotación negativa. En muchas de las formas de conceptualizarlo, el individuo lo asocia necesariamente con temas bélicos; y al ser Costa Rica un país sin ejército, parece que automáticamente la paz es una constante, pero estamos envueltos en una serie de paradojas que deben hacernos cuestionarnos, dar pasos hacia atrás: ¿qué ha pasado históricamente con la política costarricense?
Para responder a esta pregunta necesitaríamos muchísimas cuartillas, pero para ilustrar un punto importante quiero traer a colación el libro Memoria descartada y sufrimiento invisibilizado. La violencia política de los años 40 vista desde el Hospital Psiquiátrico, de Manuel A. Solís Avendaño, quien nos ilustra de la siguiente manera:
«El activismo político, como casi cualquier otra cosa, puede ser también una forma de escenificar o avivar una conflictividad privada-grupal y al mismo tiempo una manera de tratar de reparar heridas psíquicas y emocionales. Desde luego, siempre es posible suponer motivos subjetivos o privados detrás de la conducta pública o privada, y por esta vía desestimarlos o desatenderlos, con los costos de toda omisión, entre ellos colocar mal los acentos interpretativos o pasar por alto cosas que los actos en la esfera pública pueden transportar con consecuencias».
Sin duda, parte de la incertidumbre que gobernará el 6 de febrero en las urnas electorales no será solamente si estaremos haciendo o no la fila para emitir nuestro voto detrás o delante de una persona contagiada con COVID-19, sino también pensar que podríamos ser nosotros mismos los que estemos cargando con la peste en nuestros hombros; pero sobre todo, la peste de los indecisos que emitiremos un voto habiendo decidido, quizá, en el último instante.
Para el pensador italiano Umberto Eco, en el libro Construir al enemigo, lo medular no es tanto el fenómeno casi natural de identificar al enemigo que nos amenaza, sino más bien el proceso de producción y demonización de este. Me pregunto si la emisión del sufragio no tendrá que ver con esas heridas psíquicas y emocionales de las que habla Manuel A. Avendaño; heridas que han llevado a fragmentar incluso nuestra propia noción de democracia, llevándonos quizá a emitir un voto con el hígado, bajo lo que Eco denomina: «la producción y demonización» y a lo que yo agregaría, «y de los candidatos».
¿Cómo establecer fines ponderando intereses públicos en un contexto de emergencia y necesidad, sin olvidar que la ponderación y la escogencia también sacrifican otros intereses?
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