Las cosas que se pierden en la guerra


Lissete E. Lanuza Sáenz_ Casi literalEstamos en marzo de 2022. Hace dos años, más o menos para estas fechas, empezábamos a entender la magnitud de la pandemia. Comenzaron los encierros, las mascarillas, las filas para comprar cosas básicas. Lo inimaginable se convirtió en cuestión de todos los días.

Dos años después vivimos en un mundo en guerra y nuestra capacidad de entender lo inentendible es aún mayor que hace dos años. Vemos aviones rusos bombardear Ucrania y sentimos rabia e impotencia, pero no asombro. Ya nada nos sorprende.

Quizá sea por eso que en estos tiempos, mientras contemplamos las cosas más importantes que se pierden en la guerra —vida, tranquilidad, etcétera— tenemos también la capacidad de contemplar las cosas pequeñas: los niños que no pueden ir a la escuela, la gente que perdió todas sus posesiones, los lugares que ahora son los escombros que nunca conoceremos.

Todavía no tenemos idea de cómo concluirá esta guerra que solo tiene dos lados porque a Ucrania no le ha quedado mas remedio que pelear. Esta es una guerra inventada por Rusia cuyas razones no se sostienen ante la lupa del sentido común. Después de una pandemia quizá encontremos que una de las secuelas de la guerra, incluso para los que estamos lejos, es la incapacidad de tener sentido común.

Cuando hay gente muriéndose por los miles, ¿qué dice el sentido común? Pues que todos deberíamos hacer lo que esté en nuestro poder para protegernos a nosotros mismos y a las personas a nuestro alrededor. Sin embargo, durante dos años hemos tenido que pelear contra la idea de que la libertad personal es más importante que las decisiones de salud pública. Todavía hay mucha gente discutiendo la necesidad de las mascarillas y las vacunas que han llevado la pandemia a un punto controlable.

Esta guerra en Ucrania no hace más que darle un nuevo golpe a la idea del sentido común. ¿Cual? La que dice que no tiene sentido atacar a tus vecinos con excusas inventadas. El que dice que aun si lo haces no debes atacar civiles. ¿Será que existe todavía el sentido común o lo hemos perdido para siempre?

No estoy segura de la respuesta, pero sé que nunca más confiaré ciegamente en la idea de que, en los peores momentos, la gente hará lo correcto. Algunos lo harán, claro. Pero el asterisco cambia la ecuación y ya no hay vuelta atrás.

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