La melancolía mística de Lars von Trier


dulcinea-gramajo_-perfil-casi-literalPor DULCINEA GRAMAJO |

«Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente».

Franz Kafka

¿Qué representa un puente? ¿Alcanzar un sitio vedado al hombre por la naturaleza? ¿Transitar un abismo? ¿Una puerta hacia otra dimensión? En el libro Anatomía de la melancolía, de Robert Burton, el puente representa uno de los síntomas de una persona melancólica; no el puente como tal sino el miedo a transitarlo; y es que el temor y la tristeza son constantes en la mayoría de melancólicos.

Quizás es por este motivo que en varias películas del cineasta danés Lars von Trier se puede observar la imposibilidad de algunos personajes al intentar cruzar un puente. Este director, declarado en el prestigioso festival de Cannes como persona non grata por su supuesta simpatía hacia el nazismo, es un melancólico de cepa, un misántropo por naturaleza, un amante de la vida contemplativa, el artífice perfecto para crear una trilogía fílmica de la depresión integrada por Anticristo (2009), Melancolía (2011) y Ninfomaníaca (2013). Dicha trilogía fue fraguada en un período de agudizada depresión, sin embargo, no es con ella que Lars von Trier nos muestra la construcción de personajes con tintes melancólicos por vez primera. En una trilogía anterior conocida como Corazón de oro se observan personajes con características similares. Por ejemplo, en Rompiendo las olas (1996) la protagonista Bess representa el papel de una mujer frágil y mentalmente inestable, inmersa en una pequeña sociedad escocesa dominada por la religión y los valores patriarcales. Durante el filme, Bess abandona toda voluntad para someterse a un juego de poder y manipulación, cumpliendo los más perversos caprichos de su esposo. Esta obra ha sido equiparada con La Palabra (1955), obra maestra de su compatriota y pilar en la historia del cine, Carl Theodor Dreyer.

En Los idiotas (1998) —segundo filme que conforma la trilogía Corazón de oro— sobresale el personaje de Karen, una chica sencilla, retraída y solitaria que por azares del destino termina uniéndose a un grupo de personas que llevan a cabo una singular protesta en contra de los convencionalismos sociales nacidos del tipo de vida burgués. Esta protesta consiste en simular ser retrasados mentales en lugares públicos; los integrantes de este grupo actúan de esta forma como símbolo de rebeldía y por el aburrimiento que les causa ser ellos mismos en una  sociedad que impone a cada cual su papel. Sin embargo, Karen no tiene muy clara la ideología de esta comunidad; ella solo está allí para refugiarse de la soledad y por sentirse apreciada y aceptada por primera vez en su vida. Por eso, al final, irónicamente es la única que no precisa del grupo para desarrollar genuinamente el papel de idiota en su vida cotidiana.

Lars von Trier lleva la simbología de la melancolía a su máximo esplendor, convirtiéndola en un gigantesco planeta azul que amenaza con destruir al planeta tierra. Al inicio de la película Melancolía suena de fondo la hipnótica obertura de la ópera de Tristán e Isolda de Wagner, al mismo tiempo que se observa a una bella e inmaculada novia sumergiéndose en el espeso pantano negro como un nenúfar indefenso y desamparado, escena inspirada en la pintura Ofelia, del pintor prerrafaelista John Everett Millais. La película se divide en dos capítulos: «Justine» y «Claire». En el primero de ellos se muestra una ostentosa pero mortalmente aburrida ceremonia de boda en la que todos los invitados desean felicidad a los recién casados, una felicidad que de tanto mencionarla va perdiendo sentido a tal punto que, la misma palabra, se va desvaneciendo en la nada como un vino dulce que poco a poco se convierte en vinagre, mientras que se plantea la melancolía como un león embravecido que acecha sigilosamente a la Tierra, con un poder tan inmenso que no solo podría destruir el planeta sino también las almas de algunos de sus habitantes de débil temperamento. En el segundo capítulo se muestra Justine, la protagonista, en la peor etapa de su depresión, por lo que la mayoría de sus escenas se asemejan a un cuadro de Caravaggio por la penumbra que las envuelve. La actuación de Kirsten Dunst es soberbia, a tal grado que llegamos a sentir que nos hundimos con ella, esa languidez que hace que nuestros párpados pesen y que nuestros pies sean estructuras de hormigón con el que cada paso representa un esfuerzo sobrehumano. Como una contraparte se encuentra Claire, hermana de Justine e interpretada por Charlotte Gainsbourg (actriz fetiche del cineasta danés). Ella muestra la parte de la ansiedad y todo lo que conlleva este trastorno, es decir, la imposibilidad de vivir en el presente por la idea fatal que se hace del futuro inmediato, la angustia, la sensación de sofocarse, las ganas de huir sin saber precisamente hacia dónde.

En la mayor parte de su filmografía, Lars von Trier nos muestra que, a pesar de todo el desarrollo que la humanidad ha logrado, esto ha traído consigo la soberbia y el narcicismo que le ha hecho olvidar cosas tan primordiales como su vulnerabilidad, su insignificancia y sus limitaciones frente a la grandiosidad de la naturaleza. El cineasta no busca consuelo para la condición de sus personajes, sino más bien la afirmación del caos lleno de belleza y deformidad.

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