Woody Allen se caracteriza por ser impredecible, escéptico y desconcertante. En sus películas, los escenarios cambian de un instante a otro y desbaratan la más reacia lógica del espectador. El absurdo y el sinsentido son una constante que, despoja a la existencia de toda solemnidad y muestra a una humanidad ridícula y miserable, abandonada a su propia suerte. Esto nos deja en claro su visión pesimista de la vida.
Nunca fue un estudiante ejemplar, aunque se dice que cuando tenía diez años se sentía sumamente preocupado por la expansión del universo. Su refugio fue el béisbol, la magia, el jazz y el clarinete. La mayor parte de su filmografía está ambientada en Nueva York —a los cinco años hizo un viaje con su padre un viaje en tren desde la avenida J, en Brooklyn, hasta Times Square en Manhattan; cuando vio aquella ciudad supo de inmediato que jamás podría desligarse de ella.
Woody es un gran admirador de los realizadores Ingmar Bergman, Federico Fellini, Charles Chaplin y Buster Keaton, así como del actor Bob Hope —que él asegura tratar de imitar en sus películas— y del humorista Groucho Marx. Los tópicos recurrentes en sus películas son la infidelidad, la inestabilidad emocional, la desesperanza y la obsesión con la muerte —expresando en sus propias palabras: «No es que tenga miedo a la muerte, simplemente no quiero estar allí cuando suceda»—. Woody aborda cada uno de estos tópicos desde un refinado sentido del humor satírico cuyo objetivo es ridiculizar a la humidad por no poder apartarse de esas circunstancias.
En su libro Sin plumas, Woody relata este tipo de reflexiones: «¿Y cómo puedo creer en Dios si la semana pasada me pillé la lengua en el rodillo de una máquina de escribir eléctrica? Me siento atormentado por las dudas. ¿Y si todo es una ilusión y nada existe? En tal caso, he pagado demasiado por la alfombra. ¡Si al menos me enviase una señal clara! Como hacer una cuantiosa imposición a mí nombre en un banco suizo». O como esta: «¿Creo en Dios? Creía en Él hasta el accidente de mamá. Se cayó encima de un pastel de carne, lo cual exacerbó su melancolía». Casi escupo de la risa al leer esto porque de inmediato recordé una entrevista que le realizaron a Jorge Luis Borges en la que contaba la tragedia que habría sufrido su madre por culpa de un insignificante garbanzo, el cual le causó una lesión en la garganta. Respecto a esto, Borges dijo: «Así como se dice “antes de Cristo” y “después de Cristo” o “antes de la Hégira” y “después de la Hégira”, yo puedo definir mi vida así: antes del garbanzo y después del garbanzo». Genios como Woody o como el propio Borges son maestros en al arte de extraer comedia del exceso de tragedia y utilizar la ironía como mecanismo subversivo, como cuando el gobierno peronista nombró a Borges «inspector de aves, conejos y huevos en las ferias municipales», y este, según cuenta la leyenda, ideó una venganza de la única forma en que él podía hacerlo: con las palabras; e hizo popular la frase que reza “Perón promueve el deporte y evita la prostitución”.
Pero esta es una nota sobre Woody Allen, así que dejaré en paz a Borges con su entrañable gato llamado Beppo, que cuando se lo obsequiaron en realidad se llamaba Pepo, en honor a un jugador de River Plate. «Pepo» le pareció a Borges un nombre horrible para un gato, por lo que decidió cambiarle el nombre a «Beppo» inspirándose en Lord Byron.
A lo largo de su carrera, Woody Allen ha permanecido rodeado de mujeres hermosas, musas de la talla de Diane Keaton, Mia Farrow, Mira Sorvino, Scarlett Johansson, Cate Blanchett —esta última es mi favorita—. En la entrega de los premios de la Academia del año 2013 no sé que fue mejor: si verla ganar el Oscar como mejor actriz por su papel en Blue Jasmine o contemplarla envuelta en su vestido turquesa como una soberbia sirena capaz de eclipsar al mismo Poseidón. Es justamente Blue Jasmine una de mis películas predilectas de Woody, esto quizá se deba a una ridícula similitud e identificación con el personaje principal, pero en la vasta filmografía del director cabe mencionar películas como Recuerdos (1980), La rosa púrpura del Cairo (1985) y Medianoche en París (2010), en la que utiliza el recurso del humor surrealista, juegos de espejos entre lo real y lo ilusorio.
Para sus personajes, Allen funge como una suerte de conejo que los lleva hasta la madriguera donde son transportados a mundos paralelos, acaso para evadir la propia realidad que los abruma. En películas como Annie Hall (1977) y Hannah y su hermanas (1986) nos muestra una realidad más latente y cruda a través de la construcción de personajes magistralmente desarrollados en donde el germen de la historia radica en la complejidad de las relaciones conyugales.
Woody Allen tiene en común con los grandes humoristas —consciente o inconscientemente— un idealismo romántico con el que espera salvar a la humanidad de su propia calamidad; sin embargo, a diferencia de ellos, Woody escribe comedias para acelerar el derrumbe de sus personajes.
[Foto de portada: Leo Stern]
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