A principios de diciembre pasado, una línea de supermercados que llamaremos «La T» abrió una sucursal en Jocotenango, municipio vecino de la Antigua Guatemala en dirección norte. Justo allí se ubica una nueva plaza comercial sobre la calle Ricardo Arjona, donde hasta hace poco había una arboleda que refrescaba al barrio.
El complejo fue construido en seis meses sobre un terreno de más de quince mil metros cuadrados con parqueo para 350 vehículos y 50 locales pequeños aparte de La T, la cual abarca un tercio del área total. La inauguración se hizo con dos meses de retraso, aún con la ocupación a medias, pero era más rentable abrir así y compensar con las ventas de fin de año.
A los pocos días empezó a verse en el centro del pueblo un movimiento de camiones y albañiles que trabajaban de día y de noche en un terreno que, aun con menor extensión que el otro, posee una ubicación envidiable. Está a una cuadra de la parroquia y a pocos pasos de la Calle Real —la principal de la localidad que conecta con la ruta Interamericana, y a través de esta con Chimaltenango y el occidente del país— y al lado de los dos bancos que operan en el sector.
El proyecto avanzó rápidamente y en un par de semanas se supo que La B, conglomerado de supermercados regionales desde hace varias décadas y dominador del comercio de abarrotes en Sacatepéquez, abriría una segunda sucursal a cincuenta metros de la plazuela municipal (hace cinco años se abrió la primera en la terminal de buses).
La inauguración de La B fue el segundo viernes de enero en una noche helada a menos de diez grados centígrados, y a pesar de eso la gente abarrotó el estacionamiento para escuchar ―sin bailar, desde luego― a la marimba María Concepción. La Señorita B, reina de belleza del consorcio, caminaba enseñoreada por los pasillos mientras que cientos de personas salían con bolsas de compras, pero aún más eran los que salían con canastas de regalo como cortesía de los dueños del negocio.
Es comprensible que, ante la amenaza de un nuevo competidor, el cacique reaccione para no dejarse robar clientes. Y al final, como ocurre siempre que se rompe un monopolio, el legítimo beneficiario es el consumidor. Si no, basta con ver el abaratamiento progresivo que ha sufrido la cerveza en Guatemala desde que una embotelladora extranjera llegó en 2003, trayendo como conquistador a Ronaldo Nazario «El Fenómeno», futbolista brasileño dos veces campeón del mundo.
Las que, sin duda, van a salir perdiendo son las pequeñas tiendas de barrio que cada vez son menos pequeñas y que, a pesar de su mala fama como distribuidoras de sustancias ilícitas, han proliferado en la zona a razón de tres o cuatro en cada cuadra, pues estas compran para revender al por menor y sus precios nunca podrán competir con los de los grandes almacenes. Además, estos negocios se han convertido en la fuente de ingresos para muchas familias del occidente del país que interrumpen la escuela primaria o secundaria de sus hijos para enviarlos a trabajar aquí, convirtiendo a La Antigua y sus alrededores en la tierra prometida.
¿Cuál es la expectativa ―no del crecimiento comercial, sino de vida― de por lo menos media docena de muchachos en cada negocio, amontonados en una casa con un solo dormitorio y dos catres? Si consiguen pareja y luego vienen los niños, ¿alcanzará con la ganancia de las tortillas que, con el niño a cuestas, las mujeres prepararán sobre el comal alojado en una esquina de la tienda? Si desde siempre el pronóstico había sido malo, ¿cómo será la suerte de los duendes ahora que Santa Claus ha desembarcado por segunda vez en menos de dos meses en Jocotenango?
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¿Quién es Leonel González De León?