En 2023, Justin Torres publicó una fascinante novela titulada Blackouts. La traducción en español conserva el título en inglés, quizás porque un blackout alude a muchas cosas: un periodo de oscuridad como cuando hay cortes eléctricos, pero también la anulación de la memoria o la existencia misma; la represión, la supresión y el enmascaramiento. En la novela, un joven visita a su mentor, quien está internado en un sitio aislado, o más bien un moridero. Juntos leen Sex Variants: A Study of Homosexual Patterns. Prácticamente cada página de Sex Variants tiene frases o párrafos enteros tachados, una metáfora de la censura y también un intento de ocultar la historia de la homosexualidad en Estados Unidos. No se sabe quién hizo los tachones, ni los lectores que no debían tener acceso a esa información. Cada página es a la vez un mensaje en clave y la evidencia de una ignominia.
A su pesar, los tachones generan múltiples lecturas del texto original: lo visible, lo invisible y la combinación de ambos. Las partes visibles son lo que se ha permitido leer, aquello que ha sobrevivido a la censura. Lo tachado es un desafío que desestabiliza al poder y nos recuerda lo peligroso que pueden ser el lenguaje y las ideas. Si juntáramos lo visible y lo invisible tendríamos ante nuestros ojos una totalidad que nos es negada. Ese acto violento también nos recuerda que no somos de fiar, que el acceso al texto como fue escrito nos puede cambiar o reafirmar una disidencia que el poder teme. Nos alerta también de nuestra propia vulnerabilidad, de cómo nosotros también podríamos ser reprimidos y/o borrados.
Sin embargo, un libro tachado provoca curiosidad y rebeldía, el legítimo reclamo de saber lo que se nos niega.
He recordado la novela de Torres al leer una noticia en el New York Times sobre las palabras y términos que no se pueden usar en documentos o páginas web del gobierno de Estados Unidos. La lista es larga —desde «energía limpia» hasta «feminismo»—, pero incompleta. No sólo es una advertencia de que los tiempos han cambiado, sino un llamado a la acción: la historia reciente debe ser borrada y, simultáneamente, escrita de nuevo bajo otros supuestos.
Hay al menos una diferencia significativa entre los tachones de la novela de Torres y las políticas de la nueva administración de Estados Unidos. En Torres, la lectura se da muchos años después, cuando se ha sobrevivido a los intentos de eliminar a la minoría homosexual. Tanto el joven como el anciano moribundo miran atrás y su propia existencia constituye un triunfo contra el silencio y la represión. Lo que está ocurriendo con los documentos oficiales es el presente, y quienes somos silenciados buscamos cómo resguardar la memoria e impulsar un cambio hacia algo mejor. Articular esa estrategia toma tiempo y, de cierta manera, es un asunto de prueba y error. También requiere elegir las prioridades de la lucha. Por el momento hay temor, desconcierto y furia.
Los tachones no se quedan solamente en los memos o los reportes. Hay ideas que ahora son «ilegales» —aunque ninguna ley las haya declarado como tales—, presiones que obligan a la autocensura, asaltos a la independencia de las instituciones, demonización de lo que hasta hace poco era parte de la cultura y del pacto social.
Pero en Estados Unidos, un país en permanente tensión, cualquier acción genera, casi de inmediato, una reacción. También es un país en el que el poder económico manda y, ante esa realidad, la movilización local y comunitaria es la forma de resistencia por antonomasia. Y ahí radica la esperanza.
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