En Hölderlin y la esencia de la poesía, Heidegger indaga sobre el origen de la poesía y le confiere un conjunto de funciones ontológicas, entre ellas, la función de dar nombre a los dioses. La introducción de lo divino y su relación con la poesía es un tema muy amplio y frecuente en la creación heideggeriana. Por ejemplo, en los textos Poéticamente habita el hombre y Hölderlin y la esencia de la poesía reconoce al poeta como testigo de los dioses y describe como una función suya el regresar al pueblo terrenal “envuelto en cánticos” el don celeste. Ambos ensayos están referidos en gran parte a un poema de Hölderlin. En este segundo texto, Heidegger caracteriza al quehacer poético como una “medición”, como una constante comparación del ser humano con el ser divino y la idealidad que lo caracteriza.
La divinidad heideggeriana, como es tratada en los dos ensayos citados, tiene características similares a las que Nietzsche identifica como divinidad helénica en cuanto a sus causas. Para Nietzsche, la perfección olímpica surge como del sentir los “horrores y espantos de la existencia”. “Para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la resplandeciente criatura onírica de los olímpicos”. Este Olimpo surge ante el desconocimiento del ser humano de su destino, pero tiene siempre un matiz de perfección de lo humano. El Olimpo representa para Nietzsche, en El origen de la tragedia, la naturaleza más perfecta de la humanidad, y es en esa perfección donde acontece la divinidad.
La divinidad como una realidad superior y el espacio terreno, y la mediación poética entre ambas: al parecer es esta naturaleza divina la que la poesía busca y es por eso que compete a una parte intrínseca del preguntar humano. La situación humana de estar en un constante desocultar se refiere también a estar en una comparación constante con la perfección humana que ha creado y nombrado como divinidad. A esta comparación, Heidegger llama “medida”. Así, el acto de poetizar representa el constante acto de medir al que la humanidad somete su propia esencia. Solo a través de la poesía puede acceder, el ser humano, a la medida de su esencia. Solo a través de la poesía se puede pensar esa esencia en su totalidad, y el resultado de este pensamiento es algo ambiguo y desconocido.
Una noción similar, pero a la vez diferente de la divinidad aparece en el texto ¿Y para qué poetas?, publicado en 1946. En él, Heidegger reflexiona a partir de la poesía de Rilke y de Höldelin sobre el acto de poetizar situado en una época. Una época que llama, junto con Hölderlin, “tiempos de penuria”. Esta penuria está definida por la ausencia de Dios. Según el poema de Hölderlin “Y para qué poetas en tiempos de penuria”, la relación de la poesía con la divinidad no adquiere un matiz de comparación, pues la divinidad y cualquier indicio de divinidad está ausente. El poeta en tiempos de penuria es aquel que debe rastrear lo sagrado en busca de la divinidad.
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