En ocasiones me pregunto si esto es parte de algo que, como generación, nos ha tocado vivir. Que qué es esto: pues basta ver alrededor, esta permanente sensación de límites que sin construir algo, nos moldean con un patrón que nos agobia y destruye. Nos convierte en extraños siniestros que distan mucho de nuestros deseos más íntimos. Me pregunto si es común el hecho de conformarse con una rutinaria madurez. Con un afán acomodado por pagar los impuestos, los servicios, el carro, el tiempo, en suma, que nos queda por vivir de forma incierta en un perpetuo limbo entre la muerte y la vida (¡Vamos!, no sé por qué escribo esto. Ayúdenme un poco. Hay algo que permanece sin ser dicho).
Por eso admiro tanto la valentía de quienes viven felices y de quienes viven inconformes. Se trata de dos formas diferentes de ser valiente. Ante la rebelión sumisa, la felicidad del amor y de la conformidad inconsciente que se muestra como algo ligeramente despreciable, pero también admirable y valeroso de una manera ulterior. Al menos más valeroso que reprimir a diario la flor muerta de nuestro pecho. No tener miedo es la única apelación que nos queda hacia algo parecido a la dignidad. Aun así es difícil hacer la vida, salir a la calle, trabajar, hablar y amar sin temor. Porque incluso en el amor, el miedo infiltra en nuestra sangre como parte de nuestra esencia.
Pero admiro más a los que pelean en guerras perdidas de antemano. A los que dicen la verdad a toda costa, aunque esta verdad implique el destierro o la amputación de un miembro o la pérdida de su trabajo o de la persona que aman. En medio de una falsa idea de bienestar, la honestidad resulta ser una proeza que trasciende al discurso, porque hasta la felicidad misma resulta algo postizo. Ojalá tuviera un poco de ese valor, pero me conformo con saber que existen. Que luchan una lucha que es también mía, y que de cierta forma es de todos, es nuestra. Luchan por nuestra dignidad aunque esta tarea sea cada vez más indigna, más asidua y árida. La única oportunidad que encuentro para salvar un poco el conformismo acomodado que me agobia es a través de la literatura. Aunque cada vez sea más difícil escribir y el tiempo para leer y escribir se sienta cada vez más como un tiempo robado. Sueño, como soñé hace más de quince años, con escribir. Aunque las circunstancias estén cada día más lejos de ese sueño, me gusta creer en él, y creer, por idealista e ingenuo que parezca, que a través de la literatura puedo salvarme.
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