Hace diez días salieron a la luz los Panama Papers, 11.5 millones de documentos confidenciales de una firma de abogados panameña (Mossack Fonseca), en la cual se reveló no sólo que los grandes millonarios alrededor del planeta evadían impuestos y lavaban dinero (como si no lo supiéramos), sino que también nos demostró lo que ya era un secreto a voces: Panamá ha sido siempre manipulada por un grupo “selecto” de personas que dentro del sector público y privado han ajustado las leyes para su beneficio propio, después siendo a nosotros –los ciudadanos comunes y corrientes- a los que los “gobernantes” del mundo nos piden austeridad y sacrificio cuando en realidad ellos son los últimos que lo hacen y encubren a sus amiguitos que los multiplican en millones y los ayudan a llegar al poder.
Cuando recién me enteré de la noticia mi primera reacción fue de alegría. Pensé: “Se supo, ahora sí podré ver la tan deseada unión de toda la sociedad panameña para exigir cuentas a nuestros gobiernos”. Pero para mi sorpresa lo que surgió fueron oleadas de indignación porque a tan sorpresivo descubrimiento de secretos lo han titulado Panama Papers, y “estaban ensuciando el nombre de todos los que vivimos en Panamá o somos panameños”. Lo que hubiese sido una gran oportunidad para manifestarnos terminó siendo un show mediático patrocinado por los mismos “dueños” de Panamá que manipulan, además, los medios de comunicación para darle cuerda a este falso nacionalismo en el que al final el ciudadano de a pie es el que está defendiendo a los mismos que llevan años ultrajándonos, creando políticas que los benefician sólo a ellos, destruyendo masivamente nuestros recursos naturales e históricos.
Puedo entender la molestia sobre que las potencias mundiales están calificando ahora sólo a Panamá como un gran paraíso fiscal olvidándose de otros lugares (los cuales en realidad se terminaron de maniobrar estos famosos papeles a través de sus bancos) como las Islas Vírgenes Británicas, Bahamas, Suiza e incluso algunos estados de Estados Unidos (valga la redundancia) como Delaware y Nevada. Todos estos lugares cuentan con leyes bancarias frágiles que permiten ocultar billones de dólares a los fiscos del mundo. Estas mismas potencias ahora han montado campañas contra la existencia de las sociedades anónimas, que de por sí existen en muchas partes del mundo bajo conceptos similares y están basadas en la responsabilidad compartida según el capital que se aporte a la misma; además, están satanizando las offshore, en las cuales se pueden averiguar quiénes son los dueños (algo que no se puede hacer en Suiza). Pero basado en ninguno de estos pretextos se puede tratar de justificar y defender lo indefendible: que se haya permitido por mucho tiempo que se usen las leyes panameñas para legalizar la corrupción, que se haya dejado de investigar el cliente y se hayan ocultado activos obtenidos a través de guerras y de la tragedia de otras naciones. Y en vez de vernos como ciudadanos globales, lo único que hemos hecho es tratar de defendernos de supuestos “ataque internacionales” y no aceptar que también tenemos parte de la culpa con nuestra indiferencia.
Todo este circo se manifiesta entre los grandes rascacielos que rodean la ciudad de Panamá, un gran cascarón en el que se aparenta ser un país de primer mundo cuando en realidad en el fondo somos una aldea que defiende al Dios dinero con falso nacionalismo. Arropados de la bandera panameña sólo hemos terminado de hundirnos en la mediocridad y falta de conciencia.
†
¿Quién es Corina Rueda Borrero?
Lamentablemente, Panamá, aunque es un país que me fue muy grato visitar dos veces y en el que dejé arraigados profundos sentimientos, adolece del mismo problema de las otras colonias centroamericanas: sus habitantes se dejan todavía deslumbrar con espejitos imperialistas y se han tragado la idea esa de que son la Disney World Trade Center centroamericana. Eso, muy a pesar de la pobreza y la miseria con la que convive la opulenta capital plástica y financiera centroamericana.
Cuando oigo Plástico, de Rubén Blades, no pienso en Miami ni en Nueva York, sino en Panamá, y no porque sea panameño el cantautor.