Días y horas


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literalSí, ya estamos en la cuenta regresiva de un año que se acaba, de otro que empieza. Las horas pasan rápido cuando desciframos felicidad en ellas; eternidad cuando la tristeza quiere encadenarnos y amordazarnos para retozar en esa viscosidad profunda. La cuestión es que pasan, todo pasa. Las crisis pasan, todas las crisis. Algunas pueden empeorar, volverse más negras, de esa oscuridad pintada con destreza. En un abrir y cerrar de ojos, el mundo cambia de tonalidades de gris, pero eso también pasa… si lo dejamos pasar.

En estos días y en estas horas nos planteamos cuanto reto nos resulte coherente o incoherente: empezar una rutina, hacernos un tatuaje, renunciar al trabajo que nunca nos ha gustado, atrevernos a dar esos pasos que creíamos imposibles, a dejarlo todo y empezar de cero, a viajar más, a ser un poco más condescendientes con nosotros mismos, a abrirnos al amor (sea lo que eso signifique) o simplemente dejarlo ir.

Lo cierto, y que a veces subestimamos, es que los días y las horas no se repetirán. Podrá haber intentos, similitudes, pero así como hay encuentros y oportunidades de una sola vez, ningún minuto es igual a otro, ningún amor es igual a otro, ninguna risa, ninguna lágrima, ningún deseo, ninguna palabra dicha a medias.

En estas horas recuerdo esos días que viví, esos días que me hicieron sentir viva este año y otros antes. Las personas que me acompañaron, las que se despidieron, las que se fueron sin aviso, las que se han quedado de la manera más inesperada, las que aún se deciden si se quedan o se largan, las que definitivamente se quedan y se quedarán por mucho tiempo más. La vida, supongo, que es más disfrutable cuando se comparte y siempre requerirá un esfuerzo grande para ello, porque compartir no es tan fácil.

En la mente, la fantasiosa que habita nuestra inconsciencia siempre aparecerá el “hubiera”, y Michael Cunningham tiene este párrafo hermoso en Las horas sobre esto: “Es imposible no imaginar que ese otro futuro, el futuro rechazado, habría acontecido en Italia o en Francia, entre grandes habitaciones y jardines soleados; que habría estado lleno de infidelidades y magnas batallas; que hubiese sido un idilio enorme y duradero, nacido de una amistad tan abrasadora y profunda que habría de acompañarles hasta la tumba y posiblemente hasta más allá de ella. Habría podido, piensa, entrar en otro mundo. Habría podido vivir una vida tan intensa y peligrosa como la literatura”.

La “sensación de oportunidades perdidas”, como lo llama Cunningham, aparecerá de vez en cuando en nuestras vidas, sentiremos ocasiones inconclusas, recuerdos que batirán alas en nuestra melancolía que añora lo que nunca sucedió. Así de perfectamente complejos somos los seres humanos y nuestra imaginación. Podemos perdernos tan fácilmente en eso y perder las horas y los días que se nos dan. Así de patéticos, así de románticos.

Hay otros que deciden ser felices a pesar de las horas y los días, tal vez ellos son los más valientes porque quizá no vean nada claro pero quieran aprovechar cada minuto irrepetible en cuidarse el corazón de su propia memoria, de su propio futuro incierto. Lo que creo que siempre llega es la certeza de que ningún momento pudo ser de otra manera. Felices nuevos ciclos y que sean leves los que terminan.

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