Un año nuevo significa de algún modo la repetición de un ciclo. Nombramos a los años con números y a los meses con nombres para pensar que habrán de repetirse, que forman parte de una serie infinita dentro de la que nosotros vivimos, y nos gusta sentir la seguridad de esa continuidad. De alguna forma es también nuestra permanencia, nuestro afán por estar aquí haciendo cosas, planeando, pensando, escribiendo, amando, odiando y muriendo cada vez un poquito. Sin embargo, es así como evitamos pensar en la muerte que nos define.
La materia no se destruye ni se crea, solo se transforma, dicen por ahí. La materia que somos muda; de hecho, los que saben dicen que cada cinco años nuestras células se renuevan por completo (y los que no saben lo repiten como factum evidente: heme aquí). La materia es, de cierta forma, eterna en sus diferentes cambios. Lo que nos hace diferentes es nuestra capacidad de morir. Aquello mortal de lo que somos es lo que nos diferencia íntimamente de los objetos.
Pues bien, ahora que comenzamos de nuevo la cuenta y que hacemos planes y proyectos y nos dirigimos hacia el futuro con la seguridad de un superhéroe, yo aprendí este año (y de seguro ustedes también ya lo habían aprendido) que lo único cierto que existe en nuestras vidas es eso que no vemos venir. Ese detalle inesperado que provoca un cambio trascendente. Esa decisión que habíamos postergado y que de repente sentimos el valor de tomar. Esa sorpresa, ese luto que llega de pronto y que nos deja tendidos en la lona.
Les desearía a todos y a todas un buen año, pero prefiero desearles que sepan hacerle gancho a lo que en el año se venga. Más que concretar los proyectos que se planteen, les deseo que los vivan plenamente en sus éxitos o en sus fracasos. Les deseo, eso sí, buenas lecturas, buenas películas y experiencias intensas. Que el año nuevo sea próspero o no, no es una cuestión que nos incumba y no depende solo de nosotros. De hecho, la mayoría de veces el año es igual de próspero o de miserable que el año recién pasado, pero nosotros podemos decidir cómo vivir esa prosperidad o esa miseria, o las dos juntas, que es como generalmente llegan; o el estado de ánimo con el que las calificamos finalmente de buenas o malas.
Por último quisiera agradecer las lecturas bondadosas de todas las personas que han ido siguiendo este proyecto peregrino que es Casi literal. También agradezco a Alfonso Guido, y al equipo entero por tenerme aún entre sus colaboradores a pesar de desfachateces, retrasos e incumplimientos eventuales. En mi caso particular, y estoy seguro de que en el caso del resto de columnistas de la revista, los textos están hechos con una buena intención. Si no buena, al menos con una intención honesta y con un esfuerzo y un tiempo que robamos siempre a otros quehaceres. De alguna manera ese hecho de sentarse cada dos semanas a escribir un texto para la revista encierra también bastante de cariño y bastante de fe en un diálogo que gracias a ustedes, que del otro lado del monitor siguen el proyecto, es posible entablar. Muchas, muchas gracias.
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