Qué te diera por un beso


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Creo que tenía 3 años la primera vez que vi Blancanieves y los siete enanos (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937) en un VHS en casa de mi abuela. Me deleitaba, me asustaba y sobre todo me enseñó suficientes canciones para enloquecer a mis padres en el auto. A lo largo de los años ha cambiado mi relación con la película: pasé de vestirme como Blanca Nieves a repudiarla como una historia infantil, a criticar a la princesa por no ser una figura feminista, a leer con morbo las versiones originales del cuento, a obsesionarme con los pormenores de su histórica producción y, eventualmente, sucumbir a la nostalgia de volver a escuchar sus canciones en YouTube cuando se supone que debo estar trabajando.

La película tiene más de 80 años y gradualmente ha escapado de la consciencia pública entre los ensordecedores ecos de Libre soy. Blanca Nieves no tiene mucho en común con Bella, Moana o Jasmine, y aun así es la fundadora de la franquicia de Princesas Disney que notablemente influenció a mi generación.

En cierto modo, estas princesas nos enseñaron a interpretar la feminidad tradicional y contemporánea, y la franquicia continúa creciendo con astutas movidas de progresividad. Variablemente, en las últimas películas de princesas no hay un príncipe, no hay un compromiso de tres días y, muy importantemente, no hay un beso del verdadero amor. Este último se ha vuelto la (perdón) «manzana envenenada» de la discordia.

Hablemos de Disneylandia ahora: por su prestigio en el canon de la marca, Blancanieves es una de las pocas atracciones que ha permanecido desde la apertura del parque en 1955. Snow White’s Adventures fue construida para relatar los eventos de la cinta desde la perspectiva de la princesa, con un pequeño viaje por dioramas robotizados.

Hacia inicios de la década de 1980, tratando de escapar del calificativo “infantil”, la atracción fue remodelada como Snow White’s Scary Adventures y cambió su enfoque al trance de Blancanieves por el bosque tenebroso, con tempestad, murciélagos y las carcajadas de la bruja que ya eran bastante perturbadoras en la televisión. Luego que muchos niños rompieran en llanto en el lugar más feliz de la tierra se planificó la más reciente remodelación develada en 2021 y rebautizada como Snow White’s Enchanted Wish.

Esta vez la controversia se centra en el animatrónico final que muestra el momento en que el príncipe despierta a Blancanieves con un beso. Han surgido quejas y peticiones en redes sociales clamando que la escena romantiza un acto sexual no consensuado. Algunas columnistas han llegado tan lejos como a cuestionar por qué seguimos atesorando y divulgando los cuentos clásicos de Disney, con sus princesas pasivas y sus valores anticuados. ¿Por qué Cenicienta no denunció a su madrastra? ¿Por qué Ariel dejó a su familia por un hombre? ¿Sabían que Bella tiene síndrome de Estocolmo?

Este revisionismo posmoderno no es nada nuevo y es más bien evidencia de una mentalidad ignorante, pero ahora que están de moda los hashtags por la autonomía sexual, por supuesto que van a traer a las princesitas a la discusión como argumentos flácidos.

Hoy está bajo la lupa el mal ejemplo que le damos a los niños con las películas clásicas de Walt Disney. (Irónicamente, el mismo Disney repetía que él no hacía películas infantiles, sino películas que deleitaran a nuestro niño interior, aunque tuviera 6 o 60 años). Dicen que se interesan por la seguridad de los más jóvenes, pero no veo que cancelen a Rápido y furioso por su exhortación a la irresponsabilidad vehicular, o a John Wick por su glorificación de las armas.

La verdad es que el arte no tiene el menor compromiso de educar a la gente. Y si bien los cuentos de hadas fueron creados para formar y divulgar valores en la antigüedad, nuestra valoración contemporánea de los mismos se trata del vínculo emocional que solo podemos experimentar cuando nos abandonamos a la fantasía y ensoñación que teníamos de niños, cuando una canción podía arreglar nuestro día, la bondad era indestructible y un gesto de amor podía salvarnos del mal. ¿Por qué no hablamos de la bondad y valentía inquebrantables que guían estas narrativas?

Incluso el inicio de Blancanieves establece esa añoranza que nos inspira y acaso el antecedente de reciprocidad con el “príncipe abusador”. Pero temo que las activistas tampoco están listas para esta conversación.

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