«Es estúpido quien confiesa temer la muerte, no por el dolor que pueda causarle en el momento en que se presente, sino porque, pensando en ella, siente dolor: porque aquello cuya presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera».
Epicuro
Segundos antes de que mi padre muriera, en su último suspiro me apretó la mano y derramó una lágrima como si este fuera su mensaje de despedida. Aún tengo claras las imágenes en mi cabeza. Yo estaba a su lado, de rodillas junto a la cama, con la cara en su pecho. Sin dudas ha sido el momento más difícil de mi vida. Meses antes, quizá inconscientemente, meditaba acerca de la muerte, a lo mejor para encontrar una respuesta o consuelo al dolor que traería consigo la muerte de mi padre a consecuencia del cáncer que sufría. Pero no hubo respuesta ni consuelo. Por mucho que me anticipara a ese día no podía aceptar la idea de no volver a verlo.
Con el pasar de los años y la pérdida de otros seres queridos y familiares cercanos, como la muerte repentina de mi hermano menor, fui aceptando lo que siempre supe: la vida no es eterna. Aun así nos aferramos a ella y es por eso que sentimos miedo y dolor cuando acaba. ¿Por qué?, me pregunto. Antonio Machado dijo que «la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». La vida es caminar hacia la tumba pero pocos nos dedicamos a vivir. Es inútil temer tanto a la muerte; más bien hay que temer a vivir una vida inadecuada.
La fascinación humana por entender la muerte sin entender la vida es absurda como la seducción que causa la idea de vivir eternamente. Aceptar la muerte —que llega tarde o temprano— alivia el camino, pues lo único que nos aleja de ella es el tiempo. Así lo afirmó Jorge Luis Borges cuando dijo que «la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene». En cambio, la idea de la eternidad y la vida después de la muerte, ha sido el centro del discurso de la mayoría de las religiones, que olvidan lo transcendental del hoy. Aferrarse a la vida nos distrae y nos condena a vivir con miedo, pero también nos vuelve insensibles porque sin saber nos olvidamos de los demás, incluso de los más cercanos, por salvar nuestras vidas o nuestras almas, que es la creencia cristiana.
La vida de los que han muerto reside en la memoria de los que quedan. La verdadera muerte radica en el olvido. «La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo», dijo François Mauriac. Aceptar la muerte es crucial para vivir sin miedo y estar en paz cuando llegue.
Por años creí fielmente en la ilusión que ofrecen las religiones de la resurrección, la vida después de muerte, el cielo y del infierno y hasta en la reencarnación. Hoy, en cambio, creo que simplemente vivimos y morimos y que lo único que queda es el recuerdo y lo que dejamos en este mundo. ¿Quién podría decir que Mandela, la Madre Teresa, DaVinci, Mozart, Rembrandt, Cervantes o mi padre han muerto? De cierta manera esto es la eternidad; la única manera de vencer a la muerte.
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Gracias por este bellos mensaje. Justo estoy al lado de mi madre q está agonizando y por D-s siento un hueco en mi corazón y no logro aceptarla. Cancer de cerebro 6 linfomas , sale de la 3era quimio y a los 3 días neumonía.