Los zapatos tenían su trecho andado, no eran viejos. Yo no conocía a su dueña, pero muchas veces la había visto en televisión y la había escuchado en la radio. Al verla delante de mí en la fila supuse que durante la semana usaba zapatos de tacón mediano, no siempre la vi en actos solemnes torturándose la bóveda de los pies con tacones muy altos. Algunos zapatos terminan pasándole la factura a los pies. Sinsabores de la estética femenina.
Estaba haciendo la fila para entrar en un lugar de diversión infantil. Costa Rica es un enigma climático y las tardes de lluvia son sinónimo de quedarse a puerta cerrada y los niños reclaman con avidez los juegos electrónicos, así que de vez en cuando, para diversión y cese temporal de las labores rutinarias, las madres recurrimos a los centros de diversión techados, ubicados en centros comerciales. La regla por excelencia del lugar siempre es la misma: quitarse los zapatos, y siempre hay un mueble mediano de madera para guardarlos.
Estando a punto de entrar me di cuenta de que los zapatos de la dama pública quedaron justo a la par de los míos, así que me detuve a observarlos: eran bajos, de color tornasol, quizá la punta redonda remataba con algún detalle particular que ahora no preciso. Supuse que nuestra talla era parecida porque al colocar los míos justo al lado de los suyos no revelaban ninguna asimetría considerable. Por un momento pensé en llevármelos a mi casa para investigarlos mejor (en aquel momento nadie lo hubiera notado), además le habría dejado los míos, así no habría tenido que irse irse a «pata pelada», como habría dicho mi abuela.
Yo entré con mi hijo y mi esposo, los dejé temporalmente a su suerte para observar la conducta de la mujer pública, la dama a la que veía y escuchaba frecuentemente en televisión desde hacía varios meses, así que me dispuse a observarla y rápidamente entré a mi laboratorio mental. Mi hijo me pedía con insistencia que lo meciera en una rueda gigante que daba vueltas. ¡Cómo disfrutan los infantes el meneo! Pero yo le advertí que estaba ocupada en un asunto que no me tomaría más de diez minutos.
Sabía que la dama pública tenía más o menos mi edad, y la misma edad tendrían también nuestros hijos. Por un momento pensé en lo joven que era para ostentar el puesto que ejerce actualmente. Tenía algunas referencias personas cercanas que habían tenido contacto directo con ella durante su función, algunos invisibles y otros un poco más visibles, y todos coincidían en que ella era muy buena persona. Se hablaba mucho de su inteligencia (un secreto a voces) y más de una vez vi que al marido, también figura pública, se le caía la baba cuando la escuchaba hablar, a la vez que un país entero y yo los mirábamos por televisión.
Pero desde mi laboratorio de observación yo quería verla en su papel de mamá, ver cuál sería su dinámica, estar atenta a los detalles como esos investigadores de gabardina y anteojos oscuros que pasan desapercibidos ante el ojo inquisidor. Yo estaba a una distancia considerable, así que me puse mis anteojos de ver —no veo muy bien de largo— y empecé mi trabajo sin perder detalle alguno. Observé cada paso de manera milimétrica. Ella empezaría a jugar fútbol en la mini cancha con su hijo. El juego comenzó y la dama ejercía dos roles en simultáneo: debía cuidar la portería y a su vez hacer ciertas labores defensivas. En el equipo contrario estaba su hijo, quien tendría unos cinco años y medio. «Cómo jugará esta muchacha fútbol», pensé. No esperaba ver a Shirley Cruz en escena, una de nuestras máximas exponentes de fútbol femenino, pero sabía que una mujer como ella tendría sus talentos. Debo reconocer que la imaginé sacando su celular cada cinco minutos, pero no fue así. Estuvo presente en el partido al cien por ciento y no descuidó su posición.
La primera dama de la República se amplió a fondo y defendió la portería. Movió las piernas con fuerza y determinación. Su criatura le metió varios goles con un buen dominio del balón, pero ella no aflojó, se mantuvo alerta y no mostró debilidad. Sin duda, su hijo tuvo movimientos pensados y tampoco se sintió apantallado por la figura defensiva, hizo su labor y las jugadas demostraron que ambos participantes estaban disfrutando cada instante en el universo lúdico de una tarde entre madre e hijo en medio de un ambiente apacible. Todos los padres disfrutaban de sus hijos excepto yo, que, como ya saben, me dedicaba a observar a la primera dama.
Vuelvo la mirada a mi teléfono y está la imagen de Carlos Alvarado junto a Macron, en una suerte de abrazo fraterno; a unos pasos de distancia, su esposa y su hijo en un entorno donde se demuestra la sensatez y la tranquilidad. Hubo respeto absoluto para aquel momento que cualquier madre que trabaja reconoce como sagrado: pasar tiempo de calidad con su hijo, porque, finalmente, las criaturas que traemos al mundo son nuestro porqué y nuestro para qué. Sin duda es importante la labor que ha venido desempeñando Claudia Dobles dentro del gobierno con el tema de la movilidad urbana, tema que atañe a un país en su totalidad y que, a su vez, está atravesado por un componente social y un asunto económico de gran envergadura. ¿Cuánto tiempo muerto pasan las madres en sus vehículos o en autobuses públicos?
Era tiempo de irse, mi observación había concluido. Volví al lugar donde estaban los zapatos y pensé nuevamente en intercambiarlos. No crucé palabra con Claudia, no hubo necesidad, la he escuchado muchas veces y en ocasiones siento, además de admiración, unas ganas tremendas de llamar a las personas que dirigen los programas donde la invitan porque le preguntan las mil y una dudas del plan de gobierno, como si ella fuese ministra de todos los ministerios y conocedora de todos los temas. Pero hay que ver la soltura con la que se desenvuelve como pez en el agua, el respeto y la seriedad con la que enfrenta todo: desde las preguntas más sutiles hasta las estocadas por la espalda con más veneno referentes a temas que no fueron ni son de su competencia.
No me llevé los zapatos de Claudia, pero sí una grata sorpresa. Por el temple de la señora Dobles, lo más probable, casi sin dudarlo, es que de haber incursionado en fútbol femenino habría sostenido, como lo hizo Shirley Cruz, aquel trofeo brillante en más de un campeonato mundial.
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¿Quién es Elizabeth Jiménez Núñez?