El cine y la literatura


Leo

Antes de hacer una crítica abierta y directa a la producción cinematográfica basada en una obra literaria, me tomaría el tiempo para reexaminar dos aspectos que, desde mi perspectiva, son importantes considerar antes de emitir cualquier juicio de valor: el primero de ellos es la desmitificación de la literatura como “arte mayor” en relación con otras expresiones artísticas y, por tanto, la negación del derecho que algún crítico literario pudiera ostentar para sí al abordar problemas propios de otras formas de expresión sean artísticas o no; y el segundo, las posibilidades que tiene el cine para convertirse en una forma de expresión artística, sin tener ninguna relación de subordinación con la literatura ni con cualquier otra de las disciplinas artísticas “oficialmente” reconocidas, llamadas clásicamente como bellas artes.

Para empezar por el primero de estos aspectos, me gustaría partir de un ejemplo dentro de mi experiencia como persona de teatro. Cuando trabajé en compañías teatrales para estudiantes, a menudo oía decir a los profesores de las áreas de lenguaje y literatura que querían llevar a sus alumnos a ver obras que estuvieran en el pensum de estudios. Además era común escuchar a muchos maestros decir que tal obra no les había gustado porque no seguía fielmente a la obra literaria. De esta manera podía deducir que lo que los docentes querían, en medio de un candor que rayaba en lo provinciano, era una reconstrucción arqueológica del texto literario, sin tomar en cuenta, primero, que muchas de las puestas en escena a las que asistían no eran representaciones de textos teatrales originales sino más bien adaptaciones de textos narrativos, por lo que era imposible hacer una copia fiel de la obra; y segundo, que el arte de la escenificación tiene por sí mismo sus propios medios de expresión distintos a los de la literatura, y que, por consiguiente, cualquier tipo de reproducción literal de un texto teatral, siempre llevaría implícitas adaptaciones pertinentes relacionadas con el espacio y con las posibilidades escénicas.

Expongo este ejemplo solo para demostrar que los siglos de tradición literaria, en cierto sentido, han contribuido a “acuñar” esta falsa superioridad de la literatura sobre otras expresiones artísticas, reforzando ideas como la de “la supremacía del escritor-autor”, que en otros ámbitos ―como el del cine, precisamente― no tienen ningún valor. Dentro del mundo del cine es bien sabido que la participación del guionista ocupa tan solo una parte del complejo proceso de producción, creación y, por decirlo de alguna manera, de la fase en que se “maquila” una película. El guión de cine puede llegar a sufrir tantas transformaciones que el resultado final puede ser muy distinto al texto originalmente planteado.

Antes de continuar, quisiera aclarar que de ninguna manera estoy minimizando el valor del escritor literario. Es innegable que el escritor literario tiene un mérito muy respetable como artista al recrear realidades mediante las palabras. El escritor o poeta debe poseer la habilidad de transportar al lector al universo que crea a través de las palabras, sin embargo, su trabajo como artista está claramente demarcado por las herramientas de su oficio: las mismas palabras. Otros sistemas o discursos semióticos más complejos, como el teatro o el cine, rebasan el mundo de las palabras, pues reúnen códigos de diferente naturaleza para crear un discurso cualitativamente distinto al literario.

Es por esa razón que una actitud de pedir cuentas a los cineastas desde el punto de vista de los literatos es tan absurda como absurda sería la actitud de pedir cuentas a los literatos narradores, por ejemplo, de la fidelidad de sus fuentes literarias en las ficciones que crean a través de las palabras. Nadie dentro del mundo de las letras, por ejemplo, se atrevería a decir que La Ilíada no tenga un valor literario solo porque no se ha comprobado históricamente que la causa de la guerra entre troyanos y griegos fue el rapto de Helena, sino más bien por la suposición de la hegemonía comercial entre ambas naciones. Habría que imaginar cómo sería este canto si a Homero ―en caso de que en realidad Homero hubiese existido― o a la misma tradición oral de la antigua Grecia no se le ocurre la explicación más poética del rapto. En otras palabras, si la narración literaria con una fuente histórica tuviera que responder fielmente a su fuente seguramente sería un texto más prosaico y, como consecuencia, estaría supeditado a la labor de la historia, reconociendo erróneamente de esta manera la superioridad de la historia sobre la literatura.

El segundo de los aspectos es el de la posibilidad que tiene el cine para convertirse en una forma de expresión artística. Aquí también partiré de un ejemplo cotidiano, quizá ramplón si se quiere. En una ocasión escuché afirmar a un editor de la sección cultural de un periódico, que además es cinéfilo, un juicio definitivo y que no dejaba la opción a ningún tipo de cuestionamiento: el cine no es arte, es sólo un medio de entretención.

Sin participar de la charla, inmediatamente la idea empezó a rondar por mi mente: ¿se puede afirmar categóricamente que la expresión cinematográfica no puede ser artística? En todo caso, ¿quién decide lo que puede ser arte y lo que no? En ese momento pensé que esta persona concebía el arte de la forma más “clásica” que se puede considerar, sin tomar en cuenta que alguien, en algún momento y dado el desarrollo de la tecnología, se atrevió a afirmar que el cine era el séptimo arte. Y me refiero a esta expresión de “el séptimo arte” ―que además se ha convertido en lugar común― dentro del mismo sistema de clasificación de las artes más tradicional que ha existido.

Desde mi punto de vista particular y en una época en la que ya se ha superado la tradición del arte moderno (inclúyase dentro de esta concepción al llamado arte contemporáneo que irrumpió en la escena a principios del siglo XIX y al arte clásico, venerador de la estética de “la belleza”; inclúyase también dentro de esta categoría al arte figurativo y al arte no figurativo), por el posmodernismo, el cine tiene pleno derecho de reclamar para sí, como lo hace el performance o cualquier otra forma de expresión conceptual, la categoría de arte. Por supuesto que siempre, y con pleno derecho, van a surgir puntos de vista opuestos, lo cual a la larga es saludable dentro de la dinámica histórica del arte.

El cine posee las cualidades para erguirse como categoría artística, pues es la creación humana de un sistema o discurso semiótico con medios de expresión bien definidos y un lenguaje propio, más o menos discreto y diferenciador del de otras artes.

Lo anterior no significa que cualquier película pueda considerarse una obra de arte, lo cual es tan necio como considerar que cualquier obra literaria de ficción pueda considerarse arte. El problema acá es más profundo y nos lleva a plantearnos de nuevo las preguntas: ¿qué es el arte?, ¿cuándo una creación humana de cualquier índole, en este caso una película, puede considerarse arte? Este es un problema en discusión demasiado amplio que no admite respuestas de tipo simplistas pero que tampoco depende de una verdad absoluta inalcanzable. Lo cierto es que así como en el ámbito de las letras hay parámetros de sentido común para considerar una obra literaria de la que no lo es (parámetros que en realidad se convierten en mero espejismo al momento de entrar en detalles), también existen estos parámetros dentro del mundo del cine, como los hay dentro de la pintura, la danza, el teatro, etcétera. Generalmente estos parámetros son ideales, de manera que ni una sola obra puede ajustarse al cien por ciento a ellos, sino más bien aproximarse o alejarse. Además existen con más o menos conciencia en los contempladores de la obra, porque al final de cuentas, cada obra que aspira a la categoría de arte es irrepetible y posee su propia estructura y su propio sistema de significaciones que no siempre va a ser congruente con las expectativas de la totalidad del público.

Pero el asunto acá ya no es definir si una película específica es una obra de arte o no. Lo que me propongo demostrar es cómo se puede incurrir en error al tratar de valorar la dimensión artística de una película basada en un texto literario, cualquiera que esta sea, desde la perspectiva de la crítica literaria.

Es muy común escuchar dentro de los aficionados al cine con cierto nivel académico decir, ante una película basada en un texto literario, que jamás la película va a ser tan buena como el libro; o simplemente que la película nunca va a ser como el libro. En el primer caso hay un error de apreciación al otorgar calificativos como “buena” o “mala” a un objeto sujeto a valoración; el segundo caso, aunque pueda sugerir una inclinación hacia el texto literario, es más prudente, veamos por qué.

Quien afirme que una película nunca va a ser como un libro, por lo menos en el sentido más literal tiene completamente la razón puesto que ambos, libro y película, son discursos completamente diferentes y pertenecen a sistemas semiológicos distintos. De esta manera, el libro y la película no son iguales simple y llanamente porque los medios de expresión y los códigos son diferentes, y esto abre un abismo entre ambas formas de expresión. Ahora bien, quien se atreve a dar juicios valorativos del tipo “película buena-mala”, “libro bueno-malo”,  para hacer comparaciones es incapaz de reconocer que ambas producciones corresponden a diferente naturaleza. Seguramente este tipo de personas esperaran de una película basada en un texto literario la reproducción fidedigna de la historia, sin detenerse a reflexionar que el mundo de las imágenes y el mundo de las palabras solo pueden aproximarse, más no corresponderse en su totalidad. Sin siquiera pensar que una novela, por ejemplo, puede expandirse en el espacio y el tiempo, mientras que una película necesita llegar a la síntesis.

Por supuesto que siempre se ha considerado que hay películas “buenas” y “malas”, por decirlo de alguna manera. Pero estos juicios de valor ―que igualmente son subjetivos― no tendrían que ver en nada con que una película reproduzca fielmente la ficción de una obra literaria o se aleje de la concepción del autor. Más bien sus supuestas bondades o maldades se refieren al uso más o menos acertado que puedan hacer sus creadores de los medios de expresión y de los sistemas de signos para la creación del discurso artístico.

También es cierto que en lo artístico siempre pesa la intención del creador, de manera que siempre existirán películas creadas con la intención de entretener a grandes masas y recolectar exuberantes  ganancias, en contraposición a aquellas películas más congruentes con el ideal artístico de búsqueda y propuesta. Eso es inevitable en un sistema de producción capitalista y consumista, como también es inevitable que esto suceda en el ámbito literario, solo que quizá menos notorio debido a que el cine comercial va dirigido especialmente para grandes masas, mientras que el mercado de los libros es más restringido. Pero no debe confundirse esta apreciación a que el libro sea más artístico que el cine, sino más bien a una situación de coyuntura en la que el gran grueso de la población, debido a los adelantos de la tecnología, prefiere sentarse a consumir imágenes en una sala de cine durante dos horas a hacer el esfuerzo de leer. No tiene nada que ver con que la actividad lectora tenga una alcurnia más noble que la de ver cine, razones por las cuales muchas veces se acuñan y refuerzan mitos en el inconsciente colectivo.

Para concluir, alguien podría objetar que los creadores de cine deberían hacer cine y dejar en paz las obras literarias, lo cual no tiene fundamento. Es como decir que un literato no puede basarse en otras disciplinas artísticas para generar creaciones literarias. De hecho, un director de cine tiene el mismo derecho de tomar, por ejemplo, Hamlet, para plasmar su propia concepción, como escritores en la historia han replanteado temas literarios usados con antelación. Un ejemplo de ello es la figura de Don Juan, que ha sido planteada de dos maneras distintas en diferentes momentos de la historia literaria española. ¿Quién puede decir que una es más valiosa que la otra?

Otro tanto sucede con la narración. Una persona de un pensamiento muy rígido podría pensar que solamente es posible narrar con palabras, sin embargo, hoy por hoy es comprobado que la narrativa literaria es solo una forma de contar historias. El cine ofrece otra gama de posibilidades que no ofrece el mundo de las palabras, así como el mundo de las palabras ofrecerá una gama de posibilidades que el cine nunca podrá ofrecer. De lo que se trata es de comprender que simplemente son formas diferentes de presentar realidades y que una no va a ser nunca ni mejor ni peor que la otra.

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