Existe una noción prevalente en nuestro medio de que hay ciertas cosas (pensamientos, ideologías, ideales) que por alguna razón están exentas de cualquier tipo de evaluación crítica, cuyo valor e integridad no están bajo discusión y no admiten opinión alguna acerca del concepto que presentan. Esta es solo una observación general en realidad, pero el mismo sentimiento pareciera impregnar el resto de conversaciones ante los hechos o situaciones que encontramos día a día. El ser críticos con algo o alguien muchas veces implica la mala reputación de albergar intenciones destructivas y carecer de la sensibilidad necesaria como para apreciar el valor intrínseco de las cosas. Aclaremos algo: no hay duda que el oficio de la crítica ha sido y sigue siendo abusado como medio para descalificar caprichosamente cualquier obra o esfuerzo, con el único objetivo de aparentar superioridad intelectual y ventilar frustraciones personales. Aun así, no hay que olvidar que la crítica, sin importar de dónde o de quién venga, sigue siendo lo que es: solo una opinión.
El quehacer crítico debe estar orientado a dos objetivos principales: ofrecer una perspectiva distinta (un punto de vista «desde fuera») acerca del objeto y su contenido, y generar interés en el resto de espectadores hacia lo que ofrece el autor de la obra. La finalidad de ello es encender la curiosidad del público en general para explorar y calificar por ellos mismos la sustancia de lo que se presenta.
Hablando específicamente del ámbito artístico, la labor de la crítica no deja de ser menos importante. La aprensión hacia la crítica en este medio yace muchas veces en la idea de que el desafiar públicamente la calidad o integridad de una obra artística puede disminuir su impacto o significancia en la mente colectiva. El hecho es que la crítica, positiva o negativa, no altera en realidad la esencia del trabajo artístico y contribuye más bien en generar un punto focal de atención para indagaciones más profundas acerca de él.
Para cualquier artista, ser crítico consigo mismo debe ser lo primero. El peor enemigo de la autocrítica es el ego y en el mundo del arte raramente alguien prescinde de él. La evaluación de la obra, tanto de parte del artista como del crítico externo, debe ser consciente del contexto de ésta y considerar todos los elementos que jugaron parte en su ejecución y en el traslado de su mensaje. Las observaciones deben ser puntuales y buscar el mayor grado de imparcialidad en su calificación.
La razón por la cual la crítica es necesaria es porque cumple el rol de examinador de las cosas, crea un punto de referencia para el análisis y la calificación informada, presenta ante todo la relevancia de los detalles que muy frecuentemente pasan desapercibidos y constituye un punto de partida que abre las puertas a nuevas discusiones y nuevas ideas.
Por supuesto y triste reconocerlo, que esta noble labor viene a un precio: el desprecio de los demás, el desprecio a sí mismo, o ambos.
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Es triste reconocerlo, pero nuestro país aún no tiene una cultura crítica. Este artículo tiene mucha razón al afirma que si alguien critica alguna realidad, muy pronto se ve tachado como cangrejo. Creo que la gente no comprende aún el valor de la crítica en todos los ámbitos, desde el político hasta las menudencias de la cotidianeidad. Y en el medio artístico, la crítica es todavía más difícil, porque muchos pavo reales contoneados se la suele tomar demasiado a pecho y la interpretan como un ataque personal. Sin embargo, la crítica fue, es y seguirá teniendo una función importantísima no solo en el ejercicio democrático, sino en su acción reguladora. Pretender taparle la boca a un crítico es desear inconscientemente estar regidos por prácticas dictatoriales. La misma educación de hoy refleja ese poco interés a desarrollar la actítud crítica.