Georg Lukácks dice que Me alegraría de otra muerte es «la épica de un mundo que ha sido abandonado por Dios», (The Theory of Novel, 88). Si bien en su obra anterior Achebe describe la invasión británica y la pacificación de las tribus del bajo Níger, en Me alegraría de otra muerte muestra el conflicto de Obi, nieto de Okonkwo, y su narrativa es la simbiosis que obliga a ver de reojo a los antepasados sin quitar el pie del acelerador del automóvil extranjero. En ese mundo, en Lagos, lleno de africanos y mestizos y turistas y miembros del gobierno, se desarrolla el drama de Obi Okonkwo. Un drama de contrastes, de claroscuros.
Como ha señalado correctamente Marta Sofía López, Achebe nos remite una y otra vez a El corazón de las tinieblas, pero sin incluir los elementos racistas de la obra de Conrad. (El lector puede buscar los artículos publicados por Achebe sobre el tema; podrá notar el impacto que ocasionaron en el establishment literario, pues el escritor nigeriano afirmaba sin temor que Conrad era racista).
Obi ha crecido en la Nigeria del desarrollo occidental. Viaja a Inglaterra a estudiar literatura inglesa y se enamora de una mujer moderna: Clara, que cada vez más se aleja de la tradición y del estereotipo. Es enfermera y no quiere saber nada de familia, de hijos ni de labores domésticas. Hay que aclarar que Achebe jamás defiende ni ataca esta postura. Su labor es narrar y el lector es quien decide.
Como narrador también muestra a las mujeres africanas en su labor de domésticas en casa de las inglesas; muestra al muchacho botones que sonríe a los turistas. Muestra al funcionario corrupto, y será este el motor de la novela. El dilema que sufre Obi y el estigma racial que sigue a cualquier acto inmoral. Un ejemplo se manifiesta al inicio de la novela: el señor Green, funcionario, juega al golf y dice:
―El africano es corrupto hasta la médula.
Y luego:
―Son todos corruptos―repitió el señor Green―. Yo estoy a favor de la igualdad y todo eso. De hecho, odiaría vivir en Sudáfrica. Pero la igualdad no cambia los hechos.
Cuando se le pregunta de qué hechos habla, responde:
―El hecho de que el principio de los tiempos el africano ha sido víctima del peor clima del mundo y de todas las enfermedad inimaginables. No se le puede culpar por ello. Pero esto le ha socavado física y mentalmente. Le hemos traído la educación europea. Pero ¿de qué le sirve? Es…
Es repetir el argumento de Conrad, de los segregacionistas sureños, de los militares. El dilema de Obi será la corrupción, pero también irá unido a cómo el mundo juzga a un corrupto: «es blanco, está bien, sucumbió a la tentación, que pague. Es negro, es culpable, el estado también es culpable; se los ha mantenido, se ha hecho cargo de ellos, y cuando se les recompensa con cargos públicos buscan lucrar y tomar ventaja. Deben ser castigados.»
Obi es también una decepción para su pueblo. Fue el primero en ir a Inglaterra a estudiar, es el primero en vestirse de etiqueta y saludar a los funcionarios que ordenaron masacres en tiempos antiguos, es el primero en tener una oficina y una placa con su nombre. Es el primero, por obvias razones, de ser acusado por corrupción.
En medio de toda la turbulencia, Obi está en el limbo: no es parte de los blancos que lo declaran culpable ni puede volver con su gente, que lo acusa.
Achebe termina la novela magistralmente:
«Todo el mundo se preguntaba por qué. El docto juez, como hemos visto, no podía entender cómo un joven educado, etcétera, etcétera. El tipo del Instituto Británico, incluso los hombres de Umuofia, no lo entendían. Y debemos suponer que, a pesar de sus inamovibles certezas, el señor Green tampoco».
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