Es como un virus que se propaga a la velocidad de luz cuando la llama de la consciencia ciudadana empieza a avivarse. Es instantáneo, como si los miedos de comunicación[1] supieran nuestra debilidad de pensamiento y discernimiento para mantener altiva una causa.
El circo empieza a usar las redes de información masiva para darle relevancia a otros temas y colocarlos sobre el tapete, como por ejemplo por qué el escolta de una viceministra pasea a un perro o si un personaje de Chollywood está teniendo un romance con algún productor. La lista de este tipo de temáticas sigue hasta el infinito. Cualquier excusa es válida con tal que volteemos nuestra atención; al final hemos dejado que estos supuestos líderes de opinión marquen nuestro qué conversar y qué hacer en vez de que nosotros les determinemos a ellos qué es lo que queremos.
Pero lo peor de todo es que todo este circo no sólo se queda en los medios de comunicación y en las redes sociales —que ya sucumbieron al hit de conversar sobre el tema de la semana—, sino que además llega de diferente forma a lo interno de organizaciones que “aspiran” al cambio y ser la nueva panacea de la democracia y la revolución con los mismos discursos gastados.
“¡Que hablemos de educación!”, dicen unos; “¡que hablemos del sistema de salud!”. Al final todas las conversaciones terminan mermadas cuando un señor de larga barba con el suéter más rojo de todos (ni imaginarse vino o rosa vieja) hace su típica analogía con Lenin o con la Cuba de los 60’s. Tantos ánimos para evadir la bulla y el circo externo y terminar sumergida en la misma discusión histórica que poco sirve para solucionar el problema por el que llevan más de cincuenta años esperando a que “las condiciones se den”.
Cada quien hablando desde su trinchera, llenándose la boca de discursos políticos en las que se juran los próximos mesías, todos despotricando de la ignorancia que existe entre los que no forman parte de su círculo e invierten su tiempo en largas horas en el Mall, admirando a los jugadores de fútbol o siguiendo a Justin Bieber o One Direction; estas personas víctimas del conformismo son ahora también los enemigos de su causa y hay que castigarlos porque no ven lo que ellos ven, pero la realidad es que lo que ellos ven se queda en salones con grandes afiches y donde hay reunión tras reunión como misa de santo.
Al final, hay que admitirlo, el circo somos todos.
[1] Forma de Eduardo Galeano (QEPD) de referirse a los medios de comunicación del S. XXI, que no hacen más que difundir el miedo.
†
¿Quién es Corina Rueda Borrero?