Para Nietzsche, tanto el ánimo de rebaño como el de resentimiento son dos actitudes innobles en el ser humano, pues al llevarlas a cuestas impiden encarar la existencia desde una conciencia crítica, alejada de odios que nublan nuestro andar, desgastan nuestra vitalidad y nos impiden construir nuestro propio camino desde un acto de conciencia. Porque más que ir en contra de la corriente, el tema pasa por hacer la propia.
Los individuos que conforman la sociedad guatemalteca poseen, como características de su idiosincrasia, efectos de causas históricas —como es lógico— que aún nos vulneran al día de hoy y donde la sumisión, la desconfianza y la búsqueda casi iracunda de identidad nacional —que no es más que la necesidad de saciar el sentido de pertenencia— nos demuestran que dichos efectos continúan a flor de piel.
Como bien sabemos, no es casualidad que en este país no exista una cultura del debate, que cuando nos encontramos frente a alguien que piensa distinto a nosotros la discusión termine en pleito y hasta ofrecimiento de trompadas. Claro, esto corresponde a una carga cultural, a un problema psicosocial, a un trasfondo de una historia bélica y de imposiciones que nos ha arraigado violencia en nuestras conciencias y sensibilidades. Acá es difícil entablar una discusión sana, una lucha entre ideas y no entre personas, y este fenómeno compete a la mayoría de la sociedad. Nos resentimos contra los que piensan y opinan distinto, los insultamos y agredimos. Nos resentimos desde el prejuicio con los que consideramos “los otros”.
Una de las bases primordiales del posmodernismo prioriza en la multiplicidad de ideas por sobre los grandes relatos de la modernidad. Es decir que la diversidad de opinión toma su lugar para que se dé el respeto y cierta importancia que merece la variedad de criterios y opiniones de un mundo de multiplicidad y multiculturalidad. Ahora bien, esta trabajosa tendencia debe contar con una actitud horizontal global para que este accionar conste con un sentido de bienestar hacia ese ente complejo que llamamos humano. Curioso resulta, entonces, cómo en nuestra sociedad se dan actitudes contradictorias incluso de quienes aseguran estar abiertos a dicho ejercicio dialógico desde la amplia gama de las diversidades. Es así como muchas veces, tergiversando la raíz de la denominada “estética de lo diferente” y de lo políticamente correcto, se cae prácticamente en un absolutismo correspondiente a una tendencia de opinión y se menosprecia o anulan otros criterios por ser considerados no vanguardistas o por su esencia popular, cayendo en contradicciones y estigmatizaciones.
Roza el ánimo de rebaño esa manía de repetir un discurso simplemente porque responde a las tendencias o vanguardias de nuestro tiempo, pero sin creer en él ni llevarlo consecuentemente a la práctica, pues justamente busca la aprobación de quienes considero mis semejantes y al mismo tiempo desemboca en sinónimo de divisionismos, pues me cierro al mundo y rechazo a los que concibo como los otros. Tengamos claro que es lo mismo descolonizarse de algo para colonizarse de otro extremo, juega con las políticas segregacionistas.
Los grupos de poder han moldeado un sistema basado en el despojo, la explotación y el saqueo. Y allí, en su tierra fecunda, pareciera que han sembrado el ánimo de rebaño a través de la conquista de las subjetividades en las mayorías, creándoles un sentido común por medio del discurso hegemónico trasmitido por diversidad de vías y fomentándoles el ánimo de resentimiento (excluyendo, polarizando y violentado) para que esta masividad guatemalteca se ampare en el egoísmo liberal, la desconfianza y el odio interétnico, intergeneracional e interclasista, creando sujetos sujetados, sumisos y profundamente egoístas.
Cuando se reconoce que mientras la sociedad permanezca inmersa en profunda ignorancia e indiferencia alienada no serán posibles cambios radicales a nuestros problemas históricos, no podemos olvidar que estas no son casualidades sino productos ideológicos inyectados a las mayorías.
cReconocemos que el pensamiento crítico de una mayoría social es una de las premisas para construir movimientos que encaucen sus luchas hacia la búsqueda de soluciones estructurales para nuestros problemas. También comprendemos lo urgente de ir recuperando el tejido social, roto a más no poder por la contrainsurgencia. Entonces habrá que reivindicarnos con el prójimo, no desde paternalismos verticales sino desde la vinculación y complicidad de concebirnos como semejantes vulnerados ante un mismo criminal y corrupto sistema. Habrá que ir despojándonos del ánimo de rebaño, que es producto de diversos y profundos miedos, para llevar a cabo una verdadera solidaridad colectiva. Tendremos que sacarnos de encima el resentimiento, que desgasta y dificulta la visibilidad, para llevar a cabo acciones contundentes desde la honestidad y convicción.
Recordemos que nada hay en estado puro en este mundo, todo es mixto. No hay etnias, nacionalidades, géneros ni religiones que no se constituyan en la diversidad. ¿Queremos una Guatemala —desde el egoísmo— solo para los que consideramos semejantes o una abierta para todos?
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