“Sentir que es un soplo la vida, que 20 años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras te busca y te nombra”.
Volver, Carlos Gardel
En varias ocasiones contamos las puertas: no eran cien. Incluso incluimos las que están condenadas. Al final las restantes son imaginarias y se complementaron con las ventanas que permiten los sueños. El nombre lo tiene gracias a Vilma, la Tía.
Abrió sus puertas en octubre de 1996. Hacía pocos meses de su apertura cuando fui por primera vez. Sentí algo particular en esa pequeña habitación del Pasaje Aycinena. Fueron sentimientos muy agradables los que experimenté, por ello me volví un asiduo del lugar. La música con bajo volumen, como telón de fondo, el humo de los cigarrillos, el vapor que despiden los cafés y tés (el de olla y el de hojas de hierba buena), las tertulias de toda índole. Siempre guardaré los olores de esa cocina, las lentejas, los tacos de pollo o espinaca, las sincronizadas, los panes con mantequilla y ajo, las cenas que llevan el nombre de algunos ilustres comensales.
Es necesario tener algún refugio, un lugar donde olvidar por un momento el día. También llegar a una mesa, compartir con amistades y solucionar el mundo. Nos sucedía muchas veces, tanto que al salir de las Cien Puertas ya lo habíamos hecho. Lamentablemente al llegar a la Sexta Avenida ya nos habían descompuesto el mundo otra vez y teníamos tarea para el día siguiente.
Con el tiempo las paredes se iban llenando de más recuerdos. Un espacio de expresión sin censura. Caricaturas, frases de despedida y bienvenida, la necesidad de expresar la tristeza que provoca la espera de la persona que nunca llegó. Las burlas o bromas, las ganas de compartir algo. Todo esto le fue dando tonalidades a las paredes, les proporcionó un color único. Las mesas son todas diferentes, las sillas y bancos no están estandarizados. Lugares con esa originalidad son necesarios, más en una ciudad como Guatemala.
Era necesaria una ampliación: la pequeña habitación se quedaba corta para recibir a tanta concurrencia. El nuevo espacio fue con el tiempo complementándose con el primero. Ha sido un lugar donde he conocido a personas magníficas, como las tías, quienes le aportaron mucho al buen ambiente, al aire propio del lugar. Mucha gente del movimiento social, artistas y demás familia. Lugar de encuentros llenos de risas y despedidas cargadas de llanto, de reencuentros que convierten las lágrimas en risas, de amores pasajeros y de otros muy persistentes. Es interesante cómo un bar puede dar el sentimiento o la sensación de sentirse en un hogar. Hace muchos años que vivo fuera de Guatemala, pero cada vez que regreso, las Cien o el Cien siempre es un lugar al que debo ir. Es un espacio en el cual creo. Es una manera de sentir que estoy de nuevo en casa.
No es fácil sobrevivir a los años y a los cambios manteniendo esas mismas ideas. Me han dicho que ahora ya no es igual, todo tiempo pasado siempre será mejor. La invasión de bares que duran algunos años y solo tienen el motivo de emborrachar, enajenar y llenarse los bolsillos han ido destruyendo ese espacio que para muchas personas fue un oasis. Sin embargo, no todo es negativo. Ahora son otros tiempos, circunstancias diferentes. Stef y Jairo están haciendo mucho para que el lugar vuelva a ser el de antes. Para mucha gente es fácil criticar, pero me gustaría verlos al lado de ellos trabajando en tan ardua labor. Es agradable saberles allí, demostrando su amor a ese espacio que nos ha dado tanto.
Gracias por estos 20 años. Que vengan muchos más.
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El lugar sigue siendo encantador a pesar del barullo que se ha formado alrededor. Ese mismo barullo es el que me ha alejado. Ojalá y al señor Arzu, a quien se le ha metido la megalómana idea de convertirse en alcalde y adelantado plenipotenciario, no se le ocurra que el lugar no cumple los requisitos apropiados para lo que, desde su moral burguesa, debería ser un restaurante de tertulia y se empecine en dirigir su cacería de brujas en ese lugar. Buenos recuerdos de épocas idas me trajo este texto.
Gracias por el comentario.