“Y nada podrá contra la vida porque nada pudo jamás contra la vida”.
Otto René Castillo
Tanto en el área rural como en la urbana, niños, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos caminaban en la calle asfaltada y subían las montañas siguiendo la corriente de los ríos. Vivían la prisa al abordar el bus que los llevaría a la universidad y sembraban la milpa ancestral que ha alimentado a los habitantes de esta tierra desde hace más de dos mil años.
En las reuniones calurosas discutían el procedimiento a seguir. En las pláticas llenas de risas y carcajadas de jóvenes universitarios, en las faldas del Tacaná, en el cauce del Motagua y del Chixoy, en el temascal, en la cena acompañada de tortilla negra. En el beso que nunca pudo despedir a Marco Antonio, en la angustia de cada mujer que enfrentó la desolación en Sepur Zarco, en el cadáver de Oliverio sobre el pavimento, en la tierra arrasada, en el amor incompleto de los miles a los que el terror y la persecución los obligó a abandonar su patria, en el rostro de miedo de cada niño y niña corriendo entre los montes, en cada trabajador dentro de los cañaverales maltratado y explotado. En la muerte y la sangre que regó la cosecha, tiñó ríos y lagos, empapó aulas, calles y avenidas. En el momento en que cada poeta, sacerdote, monja, estudiante, campesino, agricultor e intelectual se sintieron en la necesidad de alzar su voz o luchar tal vez contradiciendo la noción más vital y romántica de sí mismo. En el abismo de la desigualdad y la miseria, en donde a pesar de todo se encontraron espacios para enamorarse y ver al sol. Dentro de cada madre que lloró a un hijo desaparecido, sobre la tumba de cada padre que no pudo ver crecer a su hija, al lado de cada anciano hoy quien no volvió a estrechar su cuerpo en un abrazo fuerte contra el hermano arrojado al mar.
En el día que el Estado guatemalteco decidió que tenía la potestad de arrancar la vida a su elección. El día en el que la bota sofocó el corazón de la tierra y el corazón del cielo volteó a ver llorando a sus hijos. En ese día de muerte y destrucción se sembraron las futuras semillas de la rebeldía. En ése día, sin saberlo, nos dieron armas nuevas que ya no disparan pólvora ensordecedora sino lanzan gritos de justicia; ahora salen a las calles y llenan los tribunales donde los esbirros de la muerte se encuentran sentados en el banco de los acusados. Ahora, en este día, reivindicamos la memoria, recordamos a cada niño al que le quitaron el futuro y nos abrazamos con nuestros desaparecidos, nuestros mártires y con cada persona víctima del horror de la guerra para decirles que los seguimos amando, que seguimos y seguiremos contando y trasladando su lucha, su legado, su historia y sus sueños por construir una Guatemala distinta y mejor para todos.
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Jimena, gracias por mencionar a Marco Antonio. Si a él lo mataron y desaparecieron su cuerpo, no queremos que su nombre se olvide ni estos hechos terribles vuelvan a repetirse. Abrazos.
Los desaparecidos nos duelen a todos, Marco Antonio nos debe doler a todos. Espero se haga justicia.