Ixcanul: ¿realidad hecha ficción o ficción de la realidad?


LeoEntre dimes y diretes de uno y otro bando, por mucho tiempo pospuse ver la película Ixcanul, dirigida por Jayro Bustamante, mientras que a mi alrededor crecían los rumores favorables y desfavorables de este material filmográfico, murmullos que solo consiguieron revolver el hormiguero de mi curiosidad. Pues bien, no me avergüenza confesar que finalmente pude apreciar el trabajo el día que fue exhibido en televisión, porque si no era en esa oportunidad, tampoco lo sería después. Lo cierto es que una película tan galardonada y comentada, admirada por unos y criticada por otros —en fin, un material capaz de despertar tantas pasiones, a veces malsanas—, no podía pasar desapercibida con facilidad, así que religiosamente esperé sentado frente a mi televisor para verla de principio a fin casi sin parpadear, no solo con el fin de recrearme sino de formar mi propio criterio, que es el que trataré de expresar en estas líneas.

Aunque la película se podría abordar desde infinidad de puntos de vista al intentar hacer un análisis de ella, trataré de centrarme en dos aspectos: el de la realización y, principalmente, el de la temática. Le daré prioridad a este último apartado porque fue el que más comezón despertó entre los comentarios que oí por parte del público a quien considero que tiene una visión crítica.

Es poco lo que puedo decir de la realización cuando es evidente la calidad técnica y artística de su discurso, madurez alcanzada no solo por el conocimiento del oficio sino también por la destreza de los creadores al jugar con el lenguaje escenográfico. Para que una película sea exitosa desde el punto de vista estético, más que disponer de un gran aparataje, es importante que los realizadores aprovechen de forma creativa los pocos recursos que se poseen. El encanto del buen cine independiente radica, precisamente, en presentarnos hermosas e insospechadas historias revestidas con los ropajes de la simplicidad, siempre que estén bien combinados, para generar la mentira verosímil. Todo esto es contrario al cine comercial, que despliega un tropel de recursos técnicos para presentarnos mentiras mal vestidas o esquemas preconcebidos destinados a satisfacer el gusto de públicos masivos.

Pues bien, ignorando cuál era el presupuesto para la creación de esta cinta, puedo afirmar que Ixcanul es una película muy bien realizada desde el punto de vista formal por varios aspectos: el primero de ellos, porque presenta un tema —independientemente de su correspondencia con la realidad— del que casi no se ha hablado, pero también porque en la historia hay giros interesantes que terminan por asombrar al espectador, precisamente porque rompen con sus expectativas. Pero además de eso tiene una hermosa fotografía y una combinación de planos que mantienen la atención en todo momento. Sin embargo, desde mi punto de vista, el mayor acierto formal, tal vez alcanzado intuitivamente, es el del ritmo: la historia se desarrolla lentamente, de modo que genera ese ambiente ceremonioso propio de los pueblos mayas que, además, termina de cohesionarse gracias a la acertada decisión de grabarla en kaqchikel, idioma que le aporta musicalidad y cadencia sonora al filme.

Ahora bien, las discrepancias comienzan a surgir cuando nos vamos adentrando a los pantanosos terrenos de la realidad representada. Pareciera que los detractores tienen razón al afirmar que la película carece de una profunda investigación antropológica de la cosmovisión de los pueblos mayas, lo cual se termina de evidenciar en el tratamiento superficial y casi primitivo de los rituales. Es que inevitablemente —y talvez de modo inconsciente— la película termina contrastando dos mundos, y con esto, sentando una tesis: la convivencia de un mundo civilizado, abanderado de manera subliminal por el imperante sistema occidental-europeizante, con un mundo bárbaro, encarnado por los ritos y supersticiones primitivas de los pueblos indios, a los que —implícitamente— se considera inferior. Pues bien, esta tesis no tiene nada de novedoso porque ya la habían abordado los escritores de cepa criollista en toda la América india. En este sentido, quizá lo que termine de salvar a la película de caer en un determinismo irritante es la contraparte occidental: el ladino mañoso y ruin que comete abuso, aprovechándose de la ignorancia casi infantil —y de nuevo vuelvo a recordar al salvaje inocente— del indio.

Un aspecto que no debe dejarse pasar por alto es que los realizadores son ladinos, por lo que no resulta extraño que el punto de vista desde el cual se cuentan los hechos sea de una visión ladina. Si a esto se suma una investigación con poca profundidad —ignoro realmente si hubo una investigación profunda—, entonces los resultados pueden saltar a la vista. Sin embargo, en otro orden de cosas, uno de los aciertos es que se presentan otras problemáticas actuales que muy pocas veces se han evidenciado en el cine y en el arte en general, como el machismo imperante en todos los estratos y el tráfico de niños.

Tampoco podemos esperar, como oí en algunas ocasiones, que esta película se convierta en una especie de epopeya nacional. Al parecer, algunos de los inconformes tenían la expectativa de que la película de Bustamante sería una especie de himno que dignificara, reivindicara y empoderara a los pueblos mayas, casi desde una visión tan paternal, que termina siendo folclorista y discriminadora.

Desde mi punto de vista, el creador y su equipo presentaron una historia desde su perspectiva, que corresponde a la de una clase intelectual ladina que está preocupada por generar una voz propia desde las raíces de la cultura nacional, pero que todavía no termina de cuajar. Sin embargo, no debe olvidarse que este esfuerzo por asimilar dos culturas disímiles en una sola es un proceso que como sociedad no hemos terminado de concretar. De ahí que cualquier punto de vista termina siendo parcializado.

Una última anotación me gustaría hacer entre el paralelismo de creencias de la cosmovisión maya y de la cosmovisión cristiana occidental. Ignoro si realmente en la cosmovisión maya existe la creencia de que una mujer embarazada sea capaz de espantar las serpientes de un terreno, y de existir, todavía me quedo con la duda de si esa creencia al final de cuentas no es más que el producto del sincretismo o es una trasposición de las propias creencias cristianas occidentales de sus creadores. En todo caso, es inevitable no poder comparar esta creencia con el mito cristiano de María, madre de Cristo, pisando la serpiente durante su gestación.

¿Quién es Leo De Soulas?

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