«¡Qué machista eres!». Este siempre ha sido un insulto en mi familia inmediata. Quizás sea difícil pelear contra la manera en que mi abuelo fue criado, pero con mis padres siempre me sentí lo suficientemente cómoda como para expresarles lo injustas que eran las expectativas sociales, particularmente en un país como Panamá.
Es por eso que este asunto me duele pero no hay manera de dar un paso adelante. Me refiero al paso final, el verdadero, el que quizá por fin cambie las cosas sin hacer un mea culpa y sin tener decir «sí, yo también soy machista a veces porque así me criaron».
Afortunadamente, mi padre siempre me dejó en claro que no había nada que yo no pudiera hacer por mí misma y que ser mujer no era una ventaja, pero tampoco una desventaja: ser mujer es solo un hecho. Mi madre, por su parte, siempre fue alguien que tuvo un trabajo, y además un trabajo «de hombres».
Y sin embargo yo —la niña con el mejor ejemplo, que casi comía libros cuando fue pequeña y que siempre tenía una opinión acerca de todo— todavía me asusto de mí misma juzgando a una mujer en la calle por cómo está vestida. Me pasó justo hoy, cuando alguien se me cruzó frente al carro cuando salía del trabajo y mi primer pensamiento fue «¿cómo sale de su casa así vestida?». El segundo, gracias a Dios, fue «¿quién soy yo para juzgarla?». Y aunque eso me hace sentir mejor, tampoco es suficiente como para sentirme bien.
Al fin y al cabo, no solo hice un juicio de valor sobre otra persona basándome en su vestimenta, sino además juzgué qué tan apropiada era esa vestimenta sin tener en claro ningún contexto relacionado a ella: hacia dónde iba o a qué se dedicaba. ¿Por qué juzgamos a priori?, me pregunto. ¿Qué nos hace pensar que nuestra opinión es la única que vale o que nuestros juicios de valor están por encima de otras personas? No podemos pretender que los hombres nos vean como iguales si nosotras mismas nos juzgamos las unas a las otras por tonterías como esta.
Por eso es que estoy aquí hoy, admitiéndolo: yo también soy machista a veces. Y este país en el que vivo también es machista. La gente con la que trabajo también lo es y aun mis amigos de vez en cuando lo son. Admitir esto es, después de todo, el primer paso; y no podemos cambiar nada mientras no lo hagamos.
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¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?