La esperanza abraza a Honduras


Ingrid Ortez_ Casi literalA los hondureños todo se nos ha ido: desde familiares en caravanas, hasta fallecidos por las pandillas, por el robo de tierras, por los intereses políticos o por la pandemia. Esta dejó a miles sin empleo y con grandes pérdidas económicas. Los dos huracanes que azotaron en 2020 dejaron decenas de desaparecidos, muertos, miles de desplazados y destrucción.

En casi doce años la dictadura de Juan Orlando Hernández se encargó de robar elecciones y arrebatar las oportunidades de «una vida mejor» —irónica frase usada por ellos en sus campañas políticas— y el deseo de un empleo digno sin ser condicionado por la corrupción o el narcotráfico.

Durante más de cien años recibimos los males de un bipartidismo que buscó afianzar su poder controlando todo y vendiendo al país poco a poco a transnacionales y que en los últimos doce años se empecinó en una dictadura.

El 29 de noviembre amaneció y parecía un sueño. En el ambiente se sentía la presencia de algo que no nos visitaba desde hace mucho tiempo: «la esperanza». A las 6:55 de la mañana revisaba los resultados desde la página del Consejo Nacional Electoral (CNA). Las cifras decían que el bipartidismo y la dictadura habían perdido las elecciones y que casi 20 puntos porcentuales marcaban la diferencia a favor del partido Libre y su candidata Xiomara Castro.

Eso me llevó a recordar el mito griego que cuenta cómo Prometeo, buscando el bien para los humanos, roba el fuego a los dioses para dárselo a los mortales, y así lograr todas sus ventajas. Zeus, molesto, envía de castigo a Pandora con un ánfora de barro (no una caja) a casa de Prometeo, donde cuyo hermano Epimeteo se casa con ella. Luego, Pandora abre la tapa del ánfora enviada por Zeus donde estaban encerrados todos los males que podrían perjudicar a los humanos.

Cuenta la leyenda que Pandora intenta cerrarla, pero solo pudo evitar la fuga de la esperanza. Cuando le cuenta a Prometeo y Epimeteo lo sucedido les dice que lo único a lo que siempre podrían recurrir era a la esperanza, pues es lo que quedaba en la caja y, por lo tanto, lo último que se podría perder.

El 28 de noviembre salimos a depositar nuestro voto en las urnas, creyendo en la frase: «la esperanza es lo último que se pierde». A eso se aferró todo el pueblo hondureño que por primera vez en su joven democracia tuvo las elecciones más votadas de la historia, con un total de 68.9%, bajo una marcada violencia política, con el lastre de la inseguridad, el narcotráfico, la corrupción y una economía sin crecimiento.

El Producto Interno Bruto (PIB) cayó un 9% en 2020 a raíz de los efectos de la pandemia por COVID-19 y los dos huracanes que nos azotaron. El Banco Mundial en sus proyecciones mostró datos alarmantes: la proporción de personas que viven por debajo de la línea de pobreza de US$5.50 al día habría aumentado al 55%; lo que significa más de 700 mil nuevos pobres. La tasa de desempleo se duplicó con el 10.9% y la de subempleo pasó del 60.6% al 70.7%. En 2021, aproximadamente 3.3 millones de hondureños —casi un tercio del país— se enfrentó a la inseguridad alimentaria y a la peor crisis de salud en toda nuestra historia.

Bajo este panorama, más la herencia de un país con más de US $15 mil millones en deuda pública (un 57% del PIB), y de ese total unos US$ 8 mil 172 millones que corresponden a deuda externa, se enfrenta la esperanza de todo un país que llegó de la mano de una nueva alianza.

Los ganadores de las contiendas fueron el partido Libre, de izquierda, con Xiomara Castro —quien tiene la sombra de un Manuel Zelaya controversial y que fue parte de «los socialistas del siglo XXI»— y Salvador Nasralla como designado presidencial, a quien, en las elecciones pasadas, se le robó la presidencia de forma clara y descarada.

Junto a ellos, dos rostros más: Doris Gutiérrez, que fue la primera en generar la alianza al unirse a Salvador Nasralla y salvar el movimiento; y Pedro Barquero, expresidente de la Cámara de Comercio e Industria como coordinador nacional y director general del partido de Nasralla. Ellos podrían ser el equilibrio que permita no inclinar la balanza a un extremo, como hemos visto en gobiernos de ese socialismo, y que le dé un respiro a un pueblo terriblemente golpeado.

Y para mi satisfacción, la esperanza llega por una mujer; la primera en la historia del país en ostentar el cargo más alto y que puede abrir nuevas oportunidades. Ha sido la caída de la dictadura y la peor derrota en la historia del bipartidismo, además de ser las elecciones con mayor participación de voto juvenil en la historia (casi 2 millones de electores).

La esperanza es algo extraño y produce emociones fuertes. No sé si como pueblo realmente ganaremos, nos toca y le toca a la nueva figura presidencial con todo su equipo demostrar que así será y que valió la pena luchar. Le toca en estos próximos cuatro años de gobierno terminar de hacer ganar al pueblo, y a éste, mantenerse vigilante; pues es el que ha sufrido en su totalidad las consecuencias de una dictadura patrocinada por el narcotráfico, las transnacionales y la política despiadada del neoliberalismo.

Queda toda una lista de situaciones por resolver. En septiembre de 2021 los hondureños representaron la mitad de los 701 mil 049 centroamericanos detenidos en la frontera de Estados Unidos, según cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de ese país. También están en juego las relaciones de Honduras con el exterior y sus socios estratégicos. En su programa de gobierno el partido Libre refleja la intención de establecer relaciones diplomáticas con China continental; pero también, están los lazos indisolubles con EE.UU. y todos aquellos intereses que se encuentran bajo la mesa política y económica de los rostros que no están en papeletas.

La esperanza hoy abraza a Honduras con un cambio de gobierno, con una mujer en el poder y con un pueblo que se volcó a las urnas de forma pacífica. Ojalá y no sea lo último que perdamos.

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